“Yo no soy un intelectual”, dijo a ZETA Álvaro Mutis un día de marzo de 1998 en el Centro Cultural Tijuana. El escritor colombiano, fallecido apenas el domingo 22 de septiembre de 2013, con los 90 años de edad recién cumplidos, narró en aquel entonces cómo evolucionó el escritor que ahora, con profunda tristeza, despide el mundo literario latinoamericano. Amigo entrañable del Nobel de Aracataca, Gabriel García Márquez, Mutis será por siempre recordado por “La Nieve del Almirante”, su primera novela donde nos regaló el célebre personaje de Maqroll, el gaviero. Acreedor al Premio Xavier Villaurrutia en 1989, al Premio Cervantes en 2001, condecorado con el Orden del Águila Azteca, se recuerda también que el gobierno francés le otorgó la Orden de las Artes y las Letras en el grado de Caballero, entra una amplia lista de reconocimientos oficiales que siempre fue respaldada por los ojos atentos de lectores que se han quedado con las historias de Mutis para siempre. Ahora se reproduce íntegramente la entrevista que este Semanario sostuvo con el autor de “Las Empresas y Tribulaciones de Maqroll, el Gaviero”. — En su caso, ¿de dónde viene el escritor? “Todavía no lo descubro ni es algo que me haya preocupado”, determina, sin mayor titubeo. “Vengo de una familia de lectores, mi padre fue un lector asiduo desde muy joven, estaba en la carrera diplomática. No sé, hay una tradición de la lectura en la familia que, creo, es el comienzo de una vocación literaria. “Ahora, en verdad lo que me definió ya la vocación literaria es el paisaje, el ambiente de una hacienda de la familia que era de café y caña en el centro de Colombia, en un departamento que se llama ‘El Colima’, en donde yo desde el primer instante que llegué me di cuenta que estaba en el paraíso. “La explicación requiere los detalles y Mutis lo adivina, por ello enfatiza: “Para mí eso fue el encuentro con el paraíso, las flores, el olor, los perfumes, los ríos, todo esto que define lo que en Colombia llamamos ‘la tierra caliente’, que son los mil 200 metros en donde se cultiva la caña de azúcar y el café, que dan una naturaleza tan maravillosa que yo he sostenido siempre que ahí nací, no nací donde me dio a luz mi mamá que es en Bogotá, yo nací ahí, al pie de esos ríos. “Creo que ahí nació también el escritor, el adicto a la poesía. Porque lo que trato siempre de hacer es dejar en el papel, ya sea en prosa o en poesía, lo que ese paisaje me dio para descubrirme a mí mismo”. — ¿Será por eso que Usted optó por la poesía como género? “Nunca he tenido la menor preocupación por el género, ni he sentido que he cambiado de género para nada. En mis novelas hay poemas, en ‘Amirbar’, hay un poema de cuatro páginas, en ‘La Nieve del Almirante’ hay varios poemas, salen y para mí es completamente natural. “Nunca, cuando me siento en la máquina, me siento con el propósito de que voy a escribir una novela, voy a contar esto, ahora, si siento que en un poema voy a decirlo en una forma más eficaz y más directa, más clara lo escribo en poesía, y si no, lo narro en forma de ficción; pero nunca he sido, repito, consciente de que estoy cambiando de un género a otro”. — En su obra lo que siempre perdura es esa ausencia de esperanza como sensación irremediable que a diario asoma su rostro. Pero, ¿en qué momento surge tal desazón? “No quiero entrar en explicaciones psicoanalíticas porque, en fin, no tengo un gran entusiasmo ya por el psicoanálisis, ni creo que se haya avanzado más de lo que sabemos en la obra de Freud. Yo creo que me acostumbré a perder ambientes que tenía de niño como seguros para el resto de la vida. “A los dos años viajan mis padres a Europa conmigo, me quedo ahí hasta los 11, me tengo que regresar a Colombia, mi padre se enferma, muere, lo pierdo en una edad muy crítica, luego me tengo que hacer a Colombia, que es mi patria, pero de todas maneras me parecía un país nuevo, extraño, con el que no tenía una gran familiaridad. “Después empiezo a recorrer el mundo en diversos trabajos. Yo nunca he vivido de mi vocación literaria, siempre he tenido trabajos que no tienen nada que ver con la literatura, ni con la escritura, ni con el periodismo, ni ninguna actividad vinculada a la escritura. “Entonces empiezo a viajar, regreso a Europa, viajo por toda América Latina y me doy cuenta ahora, ya que estoy sedentario y tranquilo, que lo que hacía era un poco como escapar, aunque eran viajes de trabajo, no creados por mi capricho, pero ¿por qué escogía yo trabajos que me permitían esa especia de fuga? “Yo nunca me planteo disciplinas, resolví vivir una vida determinada, darle a mi familia las posibilidades y la formación que yo quería que tuviera, y sin darme cuenta siquiera empecé a trabajar en cosas que me lo permitían, y como nunca me he sentido intelectual ni con compromisos de ninguna especie, ninguna idea política, no he pertenecido nunca a un movimiento literario, no he trabajado ni he creado revistas, no me interesa todo esto. No es algo que me propongo como una disciplina, eso va en contra de mi carácter, yo mañana no sé qué va a pasar, nunca planeo nada. “Yo creo que la desesperanza nace conmigo muy niño, pero no es una desesperanza con amargura, es una desesperanza nacida de la convicción de que no podemos hacer mayor cosa y lo que venga está bien. En eso coincido, cosa tan extraña con Maqroll el Gaviero”. — ¿Y por qué concebir a Maqroll el Gaviero? “Justamente por eso, porque siendo yo muy joven y escribiendo una serie de poemas que era como el primer ensayo de poemas para publicar, me di cuenta de que eran unos poemas de una amargura tal, de una desesperanza tan marcada que dije, ‘esto no lo puede decir alguien que tiene 18 años’; a no ser el caso milagroso y admirable de Rimbaud. Pero yo ya tenía una autocrítica suficiente para saber que no estaba en ningún camino de Rimbaud. “Me marcó y me sirvió muchísimo el darme cuenta que usando un personaje que si había pasado por una serie de pruebas, que había vivido una serie de experiencias límite, críticas, tremendas, estaba autorizado para ver así el mundo y a las personas y las cosas, con esta sensación de que todo se va a perder, porque todo se va a perder, no solo porque nos muramos sino porque las cosas se pierden, se van, los paisajes, los recuerdos se cambian, se modifican, todo se nos va yendo de las manos. Yo creo que ahí es el origen de la desesperanza”. — ¿Siempre tuvo una predilección por las crónicas de viaje? “Sí, un momento, cómo no, sí, claro. Leí de niño con verdadera ficción a Julio Verne, que me sigue pareciendo un escritor de primera clase, extraordinario; Emilio Salgari, después Jack London, en fin. Esto me dejó una huella muy grande. “Pero el gran encuentro mío es con la poesía, con la poesía de Rimbaud, Baudelaire, con la poesía francesa en general. También me apoyo mucho en mi formación mi interés por la historia, por ejemplo, las ‘Memorias de Ultratumba’ de Chateaubriand, es un libro que me marcó para siempre y que sigo leyendo con un placer inmenso. Es como poner un ladrillo sobre todo, es un libro sobre otro, y acaba uno con sus escritores favoritos”. — En su mayoría coinciden con la desesperanza… “No todos, porque, por ejemplo, Celine tiene muy poco que ver con todo esto y, sin embargo, a mí me deslumbra; Proust, que es la otra gran admiración, éste sí es un fiel seguidor de muchas de las lecturas que yo he tenido y conocedor de los libros que me han formado. En fin, esto ya se vuelve una actividad muy personal”. — De regreso al origen de su producción, Octavio Paz calificó su trabajo en aquel ensayo que el Fondo de Cultura Económica recogió al publicar la antología “Suma de Maqroll el Gaviero”. En el texto, el poeta mexicano comenzó por hablar de una literatura contemporánea que ya no arriesga, y que en medio de ese panorama se encontró y se entusiasmó con la obra del colombiano. “Lo que pasa es esto, sí hay épocas donde se entra en una especie de rutina, como si la literatura hubiese solucionado ya todo y encontrado la fórmula, y empiezan a repetir esa fórmula. Hay épocas enteras en la historia de las letras que tienen esa característica. “De pronto todo cambia, se suspende ese viaje rutinario, se encuentran nuevos caminos y se rompe con todo. A mí me halaga muchísimo esto que mi queridísimo y muy lamentado amigo, Octavio Paz, de cuya ausencia no me curaré nunca, dijo sobre mí, me parece que es muy generoso, no sé si haya yo cambiado absolutamente nada, yo, adentro, sí me cambié mucho y me voy cambiando a medida que voy escribiendo”. — ¿Reconoce otras influencias entre el círculo literario dentro de su obra? “Con algunos escritores he tenido una amistad muy especial, de muchísimo afecto y admiración, como en el caso de García Márquez, con Julio Cortázar también, con otros no tengo esa relación tan estrecha. “Lo que pasa es esto, mire, yo no soy un intelectual, no hago vida de intelectual, hay zonas enteras de la vida de los intelectuales que a mí no me dicen nada, por ejemplo, la política, no he votado nunca, como lo digo en un currículum, la política no me dice nada, pienso, completamente de acuerdo con Borges, que la política es una de las formas de la superficialidad, no me interesa. “Entonces soy para los intelectuales un caso raro, y yo no me he sentido nunca intelectual, esta clase especial que se pone al lado o en contra de los gobiernos, yo no tengo nada que decir. “Cuando la política se vuelve historia ya me interesa, por eso en ese mismo currículum digo que el último hecho político que realmente me interesa y todavía no acabo de entender y aceptar bien, es la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453, cuando me expliquen eso tal vez me voy a interesar en política. Algunos golpes de estado me interesan, el 18 brumario de Napoleón, que fue un golpe de Estado fallido, me interesa muchísimo, porque falló y al día siguiente su hermano lo salva con un cinismo enorme. Eso me gusta, pero ya es historia”. — ¿Qué piensa de esto que tanto se dice, respecto a que el buen escritor hace poesía, el mediano se dedica al cuento y el malo termina por integrar novelas? “Me parece una necedad absoluta, compartimentar y valorar así la escritura es una necesidad siniestra. Me suena a una especie de stalinismo literario bastante escalofriante. Imagínese, por ejemplo, ¿James Joyce es un novelista? ¿Es un poeta? ‘¿En Busca del Tiempo Perdido’ qué es? Esa fórmula me parece típica de esta época que es la más siniestra creo que ha vivido la humanidad, acabamos viviendo en un supermercado, y nuestra conducta es frente a productos que nos ofrece el supermercado, vivimos una vida tratando de comprar lo que no necesitamos con el dinero que no tenemos”. — El libro también se está manejando bajo esta lógica… “No tiene remedio, entre Usted a una librería y verá esas grandes mesas ofreciendo libros, el librero ya se acabó, el librero amigo que le decía, ‘oiga, mire, le guardé este libro porque sé que son cosas que le interesan’, ahora es un supermercado del libro, muy triste, pero seguirá el libro viviendo, no nos asustemos, el internet es muy siniestro, pero no tanto…”. — Entonces, ¿hacia dónde vamos? “Yo creo que vamos hacia una destrucción de la especie, estamos destruyendo el medio que nos da de comer, tenemos un comportamiento de plagas, y las plagas llevaron en sí la orden de su propia destrucción. “La vida sigue siendo un milagro extraordinario y la relación humana, nuestros semejantes nos están dando lecciones todos los días, que todos vamos hacia un final, sí, por Dios, pero disfrutemos y sepamos reconocer la maravilla de estar vivos y rodeados de nuestros hermanos”. — ¿Tiene algún libro preferido? “Mío sí, en poesía ‘Los Emisarios’, publicado en el FCE, y en novela ‘La Última Escalada del Tramsteamer’ cuyos defectos conozco muy bien, pero le tengo mucho cariño”. — ¿Por qué? “No lo sé. Porque ahí dije una serie de cosas que yo había dejado de lado un poco en la poesía anterior, las había tocado y retirado y de repente entré de lleno a hablar de estos emisarios”. — ¿Hay proyectos en puerta? “Sí, lo que pasa es que yo no formalizo los proyectos, nunca tomo notas, nunca llevo un plan determinado, estoy escribiendo poesía, ahora he publicado en la Universidad Veracruzana, en su colección Ficción, un viejo libro mío de poemas en prosa, ‘Los Hospitales de Ultramar’, y algunos de los nuevos poemas que pertenecen a un nuevo libro que… iba a decir que estoy trabajando, no sé”.