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miércoles, octubre 2, 2024
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Compañeros en el bien y el mal (IV)

Sánchez Díaz, don Raúl e ingeniero, era el Gobernador del Estado. Un día de 1968 su Jefe de Prensa, Gustavo Ángeles, nos avisó a la corresponsalía de “La Voz de la Frontera” en Tijuana, que el señor regresaría de México al atardecer y por San Diego. Nos advirtió que estaría disponible algunos minutos. Informaría rápidamente de sus gestiones en el Distrito Federal. Inmediatamente se iría a Mexicali acompañado de su secretario particular, el Licenciado Alejandro Gudiño, hijo por cierto del famoso “Canano”, presidente estatal que fue del PRI en 1952. El aviso significó que también lo recibió José Fregoso, reportero estrella de “El Mexicano”, mi competidor. Por eso tenía que irme a San Diego y no perder la nota. Cuando llegué al entonces casi callejón de espera que era la sala internacional del aeropuerto sandieguino, ya estaba allí Fregoso con su fabuloso fotógrafo Polo Rosales. Y como sucedía siempre, nos peleábamos por la nota. Pero de veras la disputábamos, no como ahora que todos reportean al mismo tiempo y nadie solo. Libreta en manos unos y cámara otros, nos pusimos a trabajar desde que el ingeniero apareció al fondo del pasillo. Venía con su inseparable escudero Paz y no recuerdo, dos que tres funcionarios más. Cuando se apersonó don Raúl, uno de nosotros lo entrevistó mientras el otro dejó el camino libre y habló con alguien más. Luego, gentilmente el Gobernador esperaba y según nos tocara permitía la segunda entrevista, seguramente sabiendo de nuestra competencia. Tanto era la rivalidad que la mayoría de las veces Fregoso y yo ni nos hablábamos. Pero sí los fotógrafos entre ellos y a nosotros por separado. Entonces ni siquiera se aparecían las cámaras de televisión. Pancho Carrillo tenía algo que ver en la producción del telediario que casi no presentaba video, solamente fotos. Fernando Amaya Guerrero, que estaba en el “Baja California”, les reporteaba cinco notas diarias y ésas eran el sostén del informativo. Terminada la entrevista, salimos como si huyéramos de un incendio. Era una carrera contra el tiempo y la distancia para llegar cada uno a su redacción. Cuando traspasamos las puertas del aeropuerto me encontré con una escena de esas “aunque Usted no lo crea”. Un policía tenía el pie izquierdo sobre la defensa del negro automóvil de don Raúl. Escribía con toda tranquilidad una boleta de infracción. Es que el chofer del señor Sánchez Díaz dejó el vehículo en zona de ascenso y descenso, prohibida. Quiso tenerlo allí, a la salida, precisamente para que cuando saliera su jefe se trepara de inmediato. Que no estuviera esperando el vehículo. Que no caminara al estacionamiento. Como pude me di a entender diciéndole al policía que era el carro del Gobernador de Baja California. Y simplemente me contestó: “Sorry” al tiempo que dejó de garrapatear sobre la boleta y señalarme con su índice un letrero: “No parking”. Luego bajó el dedo y apuntó. El borde de la banqueta estaba pintado de rojo. Entonces le pedí a mi fotógrafo que tomara la escena aquella. Recordé la tradicional enseñanza periodística. “La noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro”. Por eso pensé que sería una buena foto para primera plana. No todos los días multaban al chofer del Gobernador por tener su auto mal estacionado. No sé si don Raúl y compañía vieron el resplandor del “flashazo”, pero yo sí a ellos cuando salían. El policía todavía no terminaba la boleta y seguramente por eso no aparecía la grúa. Ya en el freeway pensé que el Gobernador seguramente nos dijo casi lo mismo a Fregoso y a mí. Pero mi competidor, que tomó la delantera, no vio cuando el policía levantaba la multa. Mandé todo de volada a Mexicali y por autobús. Cuando cerré el sobre con mi material fue como si hubiera salido de la profundidad del mar a la superficie: Respiré. Pero al día siguiente me sacaron el aire. Nota y foto del Gobernador ocuparon primera plana. Pero –¡chin…!– no aparecieron las de la multa por ningún lado. Mi director, ni explicaciones me dio, por eso tampoco las pedí. Me pasó igual meses después cuando al panista Antonio Bretón Mena lo llamaron a ocupar una diputación local, pero los mandó a donde todos sabemos y no queremos ir. Este hombre hubiera sido el primero de su partido en aterrizar en la legislatura. Pero era una maloliente consolación. Mi director me llamó a Tijuana para que fuera a reseñar el ascenso histórico a la Cámara de Diputados en Mexicali. Aquella fue una pelea política como en los partidos de hockey. Pero al fin de cuentas Bretón Mena dejó la curul vacía. Fue necesario llamar al competidor priista, el profesor Eusebio Manríquez. La decisión del panista tenía una razón: Si le habían arrebatado al PAN las presidencias municipales de Tijuana y Mexicali legalmente ganadas en las urnas, él no podía aceptar la diputación. Sería tanto como dar por válida toda la elección. Total, me pasé la mañana entera sentado en una butaca viendo el espectáculo en la Cámara de Diputados. Entonces estaba al lado sur del segundo piso en el Palacio de Gobierno que hoy ocupa la Rectoría en Mexicali. Periodísticamente había mucha tela de donde cortar. Al terminar me fui a la redacción de “La Voz de la Frontera” en su sede original: Al centro de la manzana entre la Colón con Madero entre la K con la L. Cuando me dijeron que no tenía límite de espacio, escribí todo lo que pude al detalle. Me dijeron que estaba bien cuando se la entregué. Recuerdo que hasta mi director me dijo “Muchas gracias, compañero”. Salí del periódico rumbo a la terminal de los autobuses allá por el Cine Bujazán de Mexicali para regresar a Tijuana. En el camino, otra vez como cuando viajaba desde San Diego, pensé que mi nota tendría un buen lugar en primera plana. Sobre todo, porque el reportero de “El Mexicano” nada más estuvo un ratito y se fue. Pero al otro día –¡chin…!– mi nota no apareció. Otra vez “se la comieron”. En cambio se publicó otra, curiosamente muy parecida a la de “El Mexicano”, lo que significó que del Gobierno del Estado les mandaron un boletín, narrando una situación diferente a la que sucedió. Inclusive los dos periódicos publicaron la misma foto. Eso reforzó mi creencia de que fue orden oficial. Dieciocho años años más tarde me encontré a un compañero muy ducho para manejar desde el gobierno las cuestiones de prensa. En aquellos tiempos funcionó en Mexicali. Luego emigró, con mucha suerte, al Distrito Federal. Estábamos en el lobby del entonces hotel Presidente (hoy Intercontinental) y de repente salió a la plática este par de episodios. Simplemente me comentó porque le constaba y más o menos con estas palabras: “Hermano, que yo me acuerde, en ‘La Voz’ bien que centaveaban tus notas”. Y haciéndome una seña de círculo con pulgar e índice derechos remato: “…y billete grande hermano, billete grande”. Tomado de la colección “Conversaciones Privadas” de Jesús Blancornelas y publicado el 2 de enero de 2001.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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