Lo primero que quiso fue ir a ver a su mamá. Y de la casa materna no ha salido. Dicen que a Rafael Caro Quintero los años se le vinieron encima. No los 28 que purgó en prisiones mexicanas, sino todos. Extremadamente avejentado, canoso y con el cuerpo disminuido, poco habla. Un brillo en los ojos se asoma cuando ve a su madre ya cerca de los noventa años, o pasándolos por poco. También sus hijos le acompañan. No tiene seguridad más allá de la gente del pueblo, al que en el pasado ayudó, y donde hoy nuevamente se esconde a la justicia. El mismo día que abandonó la prisión de Puente Grande, Jalisco, la madrugada del viernes 9 de agosto, pidió ser llevado con su madrecita. No se sabe quién patrocinó el avión o si el viaje lo hicieron por carretera o en helicóptero, pero el ex presidiario llegó directo a algún lugar de una sierra mexicana, donde vive su progenitora. No es, por supuesto, el ufano Caro Quintero que concedió entrevistas en 1985 cuando fue aprehendido. El mismo que se dijo contribuyente al empleo de los mexicanos y que aseguró tener miles de jornaleros en su rancho para la siembra de marihuana. Ya no presume. Años después, diría que se quedó pobre. Que lo perdió todo. A sus 61 años de edad, no lleva escoltas, y apenas dirige la palabra a quienes en el pueblo acuden al hogar de su madre para abrazarlo por viejos favores concedidos. Ahí se siente protegido. Es una zona donde no entra ni el Ejército, dicen, como si las Fuerzas Armadas recorrieran realmente el país tras los narcotraficantes. La realidad es que en el sexenio de Enrique Peña Nieto las cosas han cambiado harto. Los militares ya no patrullan, los federales están contenidos, los jueces liberan, la PGR o se desiste o pierde los casos, mientras los acusados de conducta criminal van siendo liberados poco a poco. De Caro Quintero nadie puede asegurar que regresará al redil por el que nunca caminó. Su vida de la pobreza, de la marginación, pasó a la opulencia de la ilegalidad producto del narcotráfico. Muchos ranchos, muchas mujeres, muchos hijos y dinero. Aviones, carros y droga por todos lados, de México directo a los Estados Unidos. Fue el primer narcotraficante de los medios masivos de comunicación. Su cara apareció en cuanto medio estaba disponible en aquellos años. Eso lo envalentonó. Se sintió especial. Y lo fue, entre él y Miguel Angel Félix Gallardo, guiados por Ernesto Fonseca, fertilizaron las raíces del crimen organizado como lo conocemos al día de hoy. Ellos apadrinaron a los Arellano, al “Chapo” Guzmán, al “Güero” Palma, a García Ábrego y a Osiel Cardenas, ellos dieron origen a los cárteles en México. Cuando ya no pudieron controlar el territorio, lo repartieron. Los 61 años a cuestas de Caro Quintero no impiden, de manera alguna, que siga en el ámbito del crimen organizado. La rapidez con la que fue liberado, la secrecía con la que lo pusieron en libertad, el sigilo con el que se trasladado a la sierra mexicana, y la rigidez con la que es protegido por pobladores mexicanos, son factores que sin dinero, sin corrupción, sin impunidad o apoyo del Estado, difícilmente podría llevar a cabo. Ahí está el gobierno de Enrique Peña Nieto, primero coartando la coordinación con agencias de los Estados Unidos, y permitiendo que el Poder Judicial, en la oscuridad en la que ejerce y se desarrolla, liberara a un narcotraficante de la talla y peligrosidad de Caro Quintero. Y luego reculando. Promoviendo desde la PGR una orden de captura con fines de extradición. Esa ambigüedad no es otra cosa que un gobierno complaciente, un gobierno que sabe, oculta y después se aparenta sorprendido. Del escozor del procurador Jesús Murillo Karam, pasaron a lograr que una nueva orden de aprehensión hiciera de Rafael Caro Quintero otra vez un fugitivo. Pero el hombre avejentado, callado, dolido, ya está en algún lugar de México, oculto, protegido. El Gobierno Federal mexicano, como siempre, es el hazmerreír internacional en el combate al narcotráfico. Primero al no revelar una estrategia integral, segundo, al permitir la liberación de reos, y tercero, al reaccionar ante la presión de un gobierno extranjero. Increíble lo que sucede en el país.