Era marzo y el calor era insoportable en Tailandia. Los días me acordaban a los veranos de Mexicali, solo que sin raspados de mango y Tajín y en general mucho más húmedos. Gracias a Couchsurfin (el sitio de intercambio de hospitalidad) conocimos a Donal, un valiente irlandés que decidió recibir a dos ciclistas olorosos en su casa por un par de noches. Desde el instante en que nos conocimos nos dimos cuenta que íbamos a ser amigos. Sus primeras palabras en vivo fueron: No me hablen muy fuerte, tengo una resaca que ningún desayunó curaría. Al ver su evidente agonía le contesté: Entonces lo que necesitas son un par de cervezas. ¿Qué estamos esperando? Eran las 11 de un sábado por la mañana y sin reclamo y con transparente alegría en su rostro accedió a la propuesta. Una hora más tarde nos encontrábamos los tres en una fonda dentro de un mercado en la mismísima ciudad de Bangkok. Comimos delicioso, camarones, carnitas de puerco, pescado que mojábamos en un sinfín de salsas de distintos sabores, colores y picantes. Todo a lado de un jarro de cerveza y arroz que nos servía para apaciguar el ardor de la lengua cuando el picante dejaba de ser rico y se volvía molesto. Platicamos de su trabajo, del amor y de su familia. Como plática de sobremesa le compartí la famosa anécdota de la famosa brigada de San Patricio. Que en plena batalla en la guerra entre México y E.U.A se cambió del bando de los norteamericanos hacia nuestro favor al darse cuenta de cuán injusta era su invasión a nuestro país. En fin al final de noche nos convertimos todos en súper compas. La próxima mañana Donal nos invitó a asistir y participar en lo que sería el primer evento de la semana de San Patricio en Tailandia, organizado por el grupo de irlandeses expatriados viviendo en el país. El primer evento sería un juego de exhibición de fútbol gaélico en donde él sería partícipe. Al llegar no se llenaban los espacios de los jugadores y me invitaron a jugar. Disposición tenía, ganas tenía, condición tenía, bueno más o menos, pero conocimiento del juego o de las reglas estaba en el cero más grande de mi vida. Así que 20 minutos antes del partido Donal, Okeef y Martin me dieron el curso más breve sobre un deporte que he tenido en mi vida. Por fortuna el juego era amistoso y en realidad no tenía absolutamente ninguna relevancia. Sin embargo había audiencia y quería evitar a toda costa ser el hacerme reír de la gente, al final de todo y con buenos maestros a mis espaldas, terminé siendo el hazmerreír del partido. El fútbol gaélico es un juego muy divertido pero sus reglas no lo son. Se juega en una cancha de fútbol y las porterías son las mismas. Son once contra once, existe un portero y se puede patear la pelota e incluso meter gol. Las cosas se empiezan a complicar con las reglas de la conducción del balón. Para avanzar con la pelota puedes botarla hasta tres veces en el suelo y después la tienes que patear, esto se llama soloing. Ya que dominaste este aspecto ahora tienes que aprender a pasar la pelota, que solo se puede hacer si se hace pegándole al balón con la mano como si fuera voleibol. No se puede aventar la pelota con las manos. Cosa que hice todo el santo partido. Y finalmente existen dos maneras de anotar, meter un gol (valor de 3 puntos) como el clásico fútbol o como el rugby o el fútbol americano un gol de campo (valor de 1 punto), que es básicamente meter el balón entre los dos postes largos que se alzan unos diez metros justo abajo de la portería. A mi entender: meter gol como fútbol, pasarla como si fuese voleibol, botarla como el basquetbol con una pequeña variante con el pie y anotar como en el rugby. En fin traté de jugar lo mejor que pude y mis compañeros me tuvieron infinita paciencia, pero lo más importante aún es que me divertí con un gran grupo de personas, que compartían parte de su cultura en el país que los había acogido como su casa. Al final de juego todos nos fuimos a comer estofado irlandés que a pesar del calor nos supo a gloria. Después de todo me quedé con una reflexión en mi cabeza: Qué suave es esto de vivir otras culturas. Se acerca agosto y con ello las fiestas de vendimia de la región. Un obsequio de Baja California al mundo entero, gracias, en gran parte a la gran comunidad española y alemana que llegó a nuestro bello estado para enriquecerlo. A ellos les dedico ésta columna y les deseo una buena cosecha este año. El Licenciado Roberto S. Gallegos Ricci es mercadólogo por el ITESO. Actualmente darle la vuelta al mundo en bicicleta dirección este, promueve su proyecto “Tasting Travels” con la tesis que establece el viaje como un medio para fortalecer la empatía social. Correo: gallegosroberto777@gmail.com www.tastingtravels.com