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sábado, octubre 5, 2024
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Hasta el fondo

En 1960 estuve en el fondo de la Presa Abelardo L. Rodríguez y no precisamente nadando. Es más, ni queriéndolo porque solamente había unas cuantas charcas. Me las imaginé medio profundas pero seguramente muy lodosas. Mosquerío al por mayor sobre la superficie y hasta donde la oscura lama lo permitía, se veían tantas mini lombrices moviéndose como si fueran impulsadas por toques eléctricos. Sentí un sofocón allá abajo como si hubiera entrado a un baño turco. Ni siquiera fue igual cuando años más tarde me internaron en un jeep a la Laguna Salada sin alejarnos mucho de la carretera. Lo que sí tenía efectos fulminantes era la pestilencia. Insoportable. Recuerdo que dejó impregnada mi ropa. Los zapatos ni se diga, barnizados de barro. Por si fuera poco había que caminar con mucho cuidado. El suelo se veía seco, como si fuera una alfombra cortada en mil pedazos cuadrados, redondos o en desiguales proporciones. Nada más pisaba uno con más fuerza y era como caer en una trampa lodosa. Obligadamente tenía uno que hacerle al malabarista y no meter la pata. Si no, se hundía hasta la pantorrilla y, ni modo, adiós al pantalón limpio. Sin necesidad de siembra algunas plantas alcanzaban hasta medio metro. Su verdor resaltaba en el gris de la sequía. Pero flores, ni de milagro. Desde allá abajo se ve enorme, altísima, impresionante e inalcanzable la cortina de la presa. Me dio la impresión a la inversa de cuando va uno en avión. Los autos y camiones sobre la carretera que bordea la presa se veían chiquitos. Las personas, ni se diga. El ruido le llegaba a uno retrasado. Así como cuando a la lejanía se ven los juegos pirotécnicos. Uno admira primero el estallido de muchos colores y luego siente el ruido. Don Mario Novoa, que era director de “El Mexicano” me mandó para que escribiera un artículo sobre la presa sin agua. Trejo, mi compañero fotógrafo logró unas escenas impresionantes. Robusto, alto y entusiasta, me sacaba de apuros en momentos como aquéllos, rescatándome de los lodazales, más fácil que si arrancara una de tantas plantas. Don Juan Ojeda Robles dirigía entonces la Junta de Agua Potable y Alcantarillado que estaba en la calle Cuarta. Era un berrinchudo con los reporteros, porque no publicábamos bien lo que nos explicaba. Y le interesaba mucho no causar pánico tomando como pretexto la escasez. De este gran hombre se puede decir que literalmente sacó agua hasta de abajo de las piedras. Tijuana no tenía cómo surtirse con seguridad. Don Juan ordenó perforar pozos en el lecho del Río Tijuana cuando ni siquiera soñábamos en la canalización. Luego habló con sus cuates ingenieros del otro lado y quién sabe cómo le hizo, pero nos entregaron agua por Otay, tan despoblada entonces que ahora es irreconocible. Don Juan planeó y construyó el acueducto desde “La Misión”, entre Tijuana y Ensenada. Fue entonces una monumental tarea. Las técnicas no eran tan avanzadas como hoy, pero el señor Ojeda Robles logró con muchas dificultades su objetivo. Pegadito a la carretera escénica, todavía se ve la tubería instalada hace por lo menos 36 ó 37 años. Para entonces “El Mexicano” lo dirigía el Ingeniero Miguel Rascón Salmón. Y como quería  ganar la nota cuando funcionara por vez primera el acueducto, nos pusieron a sudar. Se planeó el primer envío de agua para cierto atardecer pero llegó pasada la medianoche. Salimos con la nota “de panzazo”. Entonces las “pipas” funcionaban todo el día. Medio mundo tomó precaución construyendo su pila para asegurar el agua. Otros la almacenaban en “tambos”, sabiendo que en su afán por surtir a todo mundo, el señor Robles Ojeda a veces suspendía el servicio en una colonia para dárselo a otra y así se la llevaba. “Pipero” fue sinónimo de un gran negocio y en numerosas ocasiones motivo de noticias sangrientas. Se desbarrancaban los camiones en las colonias, les fallaban los frenos o sufrían desperfectos que terminaban en tragedia. Pero regateando el agua por la tubería o surtiéndonos de las “pipas”, Ojeda Robles hizo milagros. En 1968 desapareció la Junta de Agua Potable y se creó en la primera Comisión Estatal de Servicios Públicos en Baja California. La inauguró el Presidente Gustavo Díaz Ordaz en el edificio donde ahora están policía y juzgados estatales en la Colonia Revolución. Ese mismo año, aprovechando la campaña electoral, el PRI realizó una gran “encuesta popular” para “aprobar” que el Gobierno Federal construyera la planta desaladora en Rosarito. Fue el tema principal de campaña y un trabajo que vino a organizar –cosas de la vida– don Manuel Buendía. Entonces era Jefe de Prensa de la Comisión Federal de Electricidad. Allí lo conocí. Fue Milton Castellanos (1971-77) el Gobernador con la decisión y tacto políticos para que el Presidente Luis Echeverría autorizara la construcción del acueducto Río Colorado-Tijuana. Una obra colosal capaz de satisfacer las necesidades de Tijuana: la desgracia fue que no alcanzó a terminarla y la tragedia que el caprichudo sucesor de Roberto de la Madrid no quiso continuar. Estaba celoso. Sabía que era imposible superar la administración y la obra de Milton. Le puso tantos peros como pudo. La criticó injustamente. Decía que tenía más mérito el Gobernador que pagaba, en su caso, y no el que construía y dejaba deuda, Milton. Pero todo mundo sabíamos que Castellanos Everardo heredó oficialmente todo programado. La de Roberto era simple corajina. Impotencia. Por eso cuando llovió como nunca hasta casi desbordarse la presa, se burló diciendo que eso demostraba lo inútil del acueducto. No sabía lo que decía. De paso cometió la torpeza de retirar a don Juan Ojeda Robles. Acabó con un esfuerzo milagroso y con la vida de este hombre. Murió de angustia. De no poder seguir trabajando. De ver las torpezas que se cometían. Cuando Xicoténcatl Leyva Mortera fue candidato a Gobernador en 1983 prometió llevar agua “hasta la última rama del último árbol, del último cerro de Tijuana“. Fracasó. La Comisión de Servicios Públicos se convirtió en otro lunar de la corrupción. Hasta la fecha y quién sabe por qué, no se ejecutan las órdenes de aprehensión contra los funcionarios manolarga descubiertos por otro gobernador priísta, Óscar Baylón Chacón. El acueducto lo terminó Ernesto Ruffo Appel cerca de, o diez años después de iniciado. Funcionó maravillosamente. En el primer sexenio panista se acabó el problema de la escasez. Por vez primera en la historia se administró el agua. El Licenciado José Guadalupe Osuna Millán fue el pivote. Vio desde 1995 la necesidad de ampliar la transportación de agua desde el Río Colorado. Desgraciadamente le atravesaron los celos políticos, la burocracia y la insidia. Y a estas alturas el acueducto trabaja a toda capacidad. Ya no es suficiente. Pasaron los veinte años para los que fue proyectado desde el momento de su principio. Y al parejo los cálculos fallaron: Tijuana creció rápida y exageradamente. Es cierto que hay planes para más obras. Pero el otro día vi una foto de la Presa Abelardo L. Rodríguez. Las tomaron como hace cuarenta años, mi compañero Trejo, casi desde el fondo y no precisamente nadando.   Texto tomado de la colección “Conversaciones Privadas” de Jesús Blancornelas.

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Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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