A veces hacíamos cola para entrar. Al cine o baile. Fuera de eso nunca teníamos problemas. Pero sí al salir. Oficiales del Ejército Mexicano estaban esperando. Entonces yo iba a la localidad de balcón en el cine. Los divisaba desde bajando las escaleras. Luego supe por algunos que quisieron escapar. Los soldados se plantaban también en las puertas de emergencia. Y cuando uno iba saliendo soltaban el vozarrón. “¡Los jóvenes de este lado por favor!”. Y entonces venía el reclamo obligado: “Su cartilla por favor”. Afortunadamente nunca tuve problemas. Les enseñaba la mía. Tamaño postal. Pastas verdes de cartoncillo. Impresas con el Escudo Nacional. Abajito la leyenda “Cartilla de Identidad. Servicio Militar Nacional”. En el interior cuatro hojitas. Todas sujetas con una hilaza. Todavía tengo la mía. Matrícula 3577761, expedida en San Luis Potosí. Clase 1936. Primera reserva. Antes de iniciar la instrucción nos reunían a todos en el Estadio 20 de Noviembre. Lleno. Sorteo para ver quiénes íbamos o no a marchar. Era una ceremonia importante. Todos en silencio. De cuando en vez una gritería. Pero inmediatamente aplacada. Solamente eran dispensados para el servicio los jóvenes con alguna incapacidad comprobada. No asistí a todas las 50 sesiones de adiestramiento. Llevé mi comprobante de que estaba en un club ciclista y debía competir los domingos a la misma hora de recibir la instrucción militar. Me lo concedieron. Algunas veces debía portar la camiseta con las iniciales grandes y rojas S.M.N. Pero fui liberado oficialmente según el artículo 15 del Servicio Militar Nacional entonces obligatorio. Desde cuando uno se registraba le daban la cartilla. Por eso el documento era valioso. No traerlo al salir del cine o bailes era motivo para ser detenido. Trepado a transportes del Ejército. Llevado al cuartel con otra bola. Allí se les sermoneaba y los dejaban salir a medianoche o amaneciendo. Claro. Tras registro y advertencia: El domingo, cada domingo, se deben presentar a las siete horas. Y la justificación: Para presentar el Servicio Militar Nacional. Muchas madres se angustiaban. Recordaban la Segunda Guerra Mundial. Temían que apareciera otra y mandaran a sus hijos al frente de batalla. Pero con temor y todo pocos faltaban. Es que aparte la cartilla era indispensable para todo. La pedían en los bailes, el trabajo, la preparatoria o universidad. Hasta cuando viajaba uno en autobús a otra ciudad. A medio camino había revisión por soldados. Por eso los sábados en la noche ni pensar en ir a bailar o tomarse algunas cervezas. Jamás ni medio emborracharse. Sería un sufrimiento al día siguiente. Además había otro riesgo. Los militares estarían también cada sábado afuera de cines, cantinas o bailes. Entonces sonaban a fatal esas cuatro palabras: “Su cartilla por favor”. Así en lugar de trago buena cena y a dormir temprano. Bien descansado para el día siguiente. Nada de desvelarse. Las sesiones de adiestramiento duraban ocho horas. Marchando. A paso veloz. Caminata afuera de la Ciudad. A los cerros. Ejercicios acrobáticos. Carrilla militar de ligas mayores. Terminábamos deshilachados. En dos palabras: Una friega. Si todos los domingos había que ir limpiecito, cuando tocaba desfile era para relucir. En todo esto pesaba otro motivo: Se mantenían los valores familiares y morales. Preocupación entre padres por ver al hijo cumplir su deber. Atenderle cuando regresaba cansado. Entonces las noches de sábado no eran como ahora. Relajientas hasta la tragedia. Jóvenes balaceados. Drogados. Chamacas violadas o desaparecidas. Parejas muertas en accidentes automovilísticos. Todo por la diversión. El vicio iniciando con una cerveza y a veces terminando en cocaína. Nunca ayer será igual que hoy. Todo esto que les escribo fue hace 50 años. Entonces yo tenía 18. Era la edad para el Servicio Militar Nacional Obligatorio. Pero fue desapareciendo poco a poco. Ahora el Zócalo defeño ya no se llena como antes de conscriptos cada cinco de mayo. Día cuando el Presidente de la República tomaba la jura de bandera. Su voz se transmitía a todos los pueblos y ciudades del país. En ceremonias públicas. Unos con el uniforme color kaki. Otros luciendo boina roja. De veras era impresionante y bonito. Emocionaba jurar Bandera. Quién sabe cuántos jóvenes no lo han hecho en los últimos años. A mí me gustaría que regresara el Servicio Militar Nacional Obligatorio. Hoy el Ejército Mexicano está más desarrollado por las transformaciones técnicas. Sus instalaciones son muy amplias en todo el país comparadas con las de hace cincuenta años. Tienen mayor capacidad. Superaron en mucho su calidad y por ello el adiestramiento. Pero lo más importante: Alejaría a muchos jóvenes del vicio y desorden. Para empezar el narcotráfico iría a menos. Inmediatamente serían detectados en el Servicio Militar. También drogadictos. Se reducirían lógicamente escándalos de sábado por la noche. Sucederían menos accidentes automovilísticos. Reduciría el número de víctimas. Las policías municipales descansarían de tantos escándalos. Los puestos de la Cruz Roja no se verían repletos cada fin de semana. Iría a la baja el pandillerismo. Muchas familias afianzarían el lazo con los hijos. Miles de jóvenes se alejarían de la facha para vestir. Deberían lucir corte de pelo normal. Y lo más importante: Respetarían a nuestra Patria. Sería un valor más alto. Ahora ni siquiera en cuenta se toma. Por eso creo que al Servicio Militar Nacional se le debe agregar nuevamente la palabra Obligatorio. Y no mantenerlo “tan blandito” como a la fecha. Una repasada a los tiempos desde cuando cambió el adiestramiento deja un resultado muy claro. Aumentó la delincuencia. Creció el narcotráfico. Abundaron secuestros. Imagínese en estos días a la salida de los cines, entrando a las discotecas, bares y cabarets: Toparse con aquellas cuatro palabras de un oficial: “Su cartilla por favor”. Escrito tomado de la colección “Dobleplana” y publicado el 22 de junio de 2004; propiedad de Jesús Blancornelas.