Ni siquiera leía los periódicos cuando chamaco. Mi madre los guardaba todos los días después de verlos mi padre. Y cuando ya tenía suficientes para venderlos por kilo, me ordenaba hacer un bulto. Entonces tardaba mucho. Buscaba en cada ejemplar “los monitos”. Prefería “El Mago” Mandrake, “El Fantasma” y “Rico McPato”. Las noticias no. De ésas me enteraba todas las mañanas y gratis. “El Tecolote”, apodado así el voceador de por el rumbo, se paraba en la esquina. A grito pelón, como letanía, se despachaba las novedades. A veces hasta con detalle. Con un mecate amarraba el bonche de periódicos. En una de ésas, ya casi terminando, quedó encima el ejemplar con una gran foto. Me llamó la atención. Se veían muchas personas apretujadas pero quietas. Todas con la vista a media altura. Resaltado en la multitud y sobre un trono elegante “…Su Santidad el Papa Pío XII”, leí abajito de la gráfica. “Tiara” respondió mi madre cuando le pregunté qué era “esa cosa” que llevaba en la cabeza, explicándome que siempre había un hombre representando a Dios en la Tierra, el Santo Padre, el Papa. Luego lo vi en el cine. Cada semana exhibían el noticiero “Movietone”. Aquel de estruendoso fondo musical, toda la pantalla en negro y títulos en letras blancas. Todavía no existían películas a colores ni la televisión llegaba a mi tierra. Por eso cada domingo cuando íbamos al cine era la mejor forma de ver los sucesos filmados. Recuerdo muchas escenas de la guerra. Vi al Papa en película. Se me hizo más delgado todavía. Como de porcelana. Muy finos rasgos. “No. No se llama Pío XII”, explicándome mi madre que cada Papa tomaba un nombre especial cuando lo elegían. Luego supe su verdadero nombre. Eugenio Pacelli. Yo tenía tres años en 1939. Entonces lo nombraron. Andaba en los 22 y murió en marzo del 58. Recuerdo el gran movimiento por la fatal noticia. Ya estaba trabajando en el periódico “El Sol de San Luis” en la Sección Deportiva, nada más veía a mis compañeros acelerados. Como pude metí las narices en el telefoto de Zeferino Leandro para ver las escenas desde Roma. Leí las noticias cuando llegaban al teletipo de Licurgo Cruz Campos. Luego vi expuesto, el cuerpo del Santo Padre en la televisión recién estrenada a un lado de Redacción. Le pusieron su túnica y sandalias. Solamente le faltaban los lentes de fino aro dorado y vidrios blancos. El luto envolvió a San Luis Potosí entre la angustia por saber quién supliría a Pío XII. Entonces y antes de morir el Papa no hubo tantas noticias sobre su enfermedad. La comunicación no estaba tan desarrollada. Pero ahora me entero que duró meses grave. Dícese que a punto de morir tuvo una aparición de Jesucristo y vio nuevamente el milagro de Fátima. La Madre Pascualina, su fiel Gobernanta fue el mejor apoyo en los últimos años. Después del fallecimiento, el 23 de septiembre y en Cracovia, el sacerdote Karol Wojtyla fue consagrado Obispo Auxiliar del Administrador Apostólico, Monseñor Bazial. No fue noticia en nuestros periódicos pero sí en Polonia. Nunca habían tenido un religioso tan joven en tan importante puesto. Recuerdo al simpático sucesor Juan XXIII. Le siguió Pablo VI y murió en 1978. Recibí la noticia en el vespertino “ABC” de Tijuana. Luego vino lo increíble: Albino Luciano, nuevo Papa, “El Papa de la Sonrisa”, adoptó el título de Juan Pablo I y murió a los 33 días después de su nombramiento. Hubo muchas especulaciones. Y otra vez la Iglesia Católica se sacudió al troncharse la tradición de 400 años. Siempre tuvimos Papa italiano. Pero desde el 15 de octubre de 1978 es polaco. Karol Wojtyla, Juan Pablo II. Nunca había visto personalmente a un Papa y estuve cerca de Él durante su segunda visita a México. Periodistas e intelectuales nos reunimos en un enorme salón de La Ciudadela para escucharlo. Me impresionó para nunca olvidarlo. Le vi lleno de vida. Fuerte. Sonriente. Chapeteado. Agradable. Sin ayuda para caminar. Manos firmes. Por eso ahora me preocupa y duele mucho verle agobiado. Su paso dificultoso. Del bastón pasó a la ayuda de cercanos para caminar. La mano antes tan notablemente temblorosa cuando leía, ahora la apoya sobre una tarima especial entre los descansabrazos de la silla papal. Doblegada la espalda. Difícilmente puede levantar su cara. Y al verlo, no sé cómo ha resistido la enorme responsabilidad. El ajetreo de tantos viajes. Los ataques verbales. Los encuentros con gobernadores de todas las tendencias y ministros de otras religiones. Las dolencias que lo llevaron al quirófano. Aparte de la hospitalización por el atentado del 81 regresó varias veces a la clínica. Un mes después del tiroteo para curarse una infección por las transfusiones de sangre que recibió. El 92 para extirparle un tumor. Fracturado el 93 en un hombro al caerse. Otra quebradura el 94 en el fémur. Ha recibido muchos medicamentos y le han provocado serios trastornos intestinales. Y entre todo eso, desde cuando tengo uso de razón, nunca un Papa como Juan Pablo II tan accidentado, tan movido y entonado a nuestro tiempo en todo. Por eso me disgustan los comentarios “sobre la necesidad” de que abandone el papado. Alegan hasta la terquedad: Su estado físico ya no le permite dirigir la Iglesia. Juan Pablo II tiene mal de Parkinson y una rodilla fastidiada. No se pudo hincar en la ceremonia del lavatorio de pies el jueves de la Semana Mayor. Eso provocó aumento de volumen en las voces de los partidarios a la renuncia. Pero seguramente les sorprendió verlo sujetar con fuerza inaudita la cruz en la XIV Estación del Viacrucis en Roma. Y luego oficiando la misa de Resurrección. Oró en 27 idiomas. Las dos ceremonias en altares especiales. Julius Paetz puede confirmar que sí hay gobierno en el Vaticano. Fue obligado a renunciar como Arzobispo de Poznan, Polonia, al comprobarse sus abusos sexuales. El director del seminario lo denunció y prohibió la entrada a salones y dormitorios. El Tribunal de la Rota investigó y confirmó todo: “La situación es pública, verdadera e insostenible”. Así, durante la misa del Jueves Santo Paetz anunció a los fieles su retiro de la Iglesia. Decisión con mensaje. Posición y país. O como dijera un cardenal refiriéndose a Juan Pablo II: “El cuerpo no le funciona bien, pero la cabeza…perfectamente”. Tomado de la Colección “Conversaciones Privadas” y publicado el 2 de abril de de 2002.