¡Dios mío, el Papa Benedicto XVI renunció al cargo! Yo pensaba que todo era un chiste de seminarista dicharachero pero al parecer es cierto. El enorme trono de San Pedro le quedó algo grande a vuestra vetusta y frágil santidad. Últimamente la silla vaticana se estaba poniendo realmente incómoda para el progresivo lumbago del Sumo Pontífice, y no porque el trono no estuviera lo suficientemente acolchonado, sino porque el aposento estaba llenándosele de piedritas. Por piedritas me refiero metafóricamente al cúmulo de ríspidos y puntiagudos problemas que últimamente andaría arrastrando la mismísima curia vaticana. Entre ellos las acusaciones de pederastia, los sobornos millonarios, las intrigas internas, los mayordomos incómodos, el alejamiento de los fieles… y todo eso se lo tenía que fletar el pobre viejito cada día, eso sin contar la gigantesca presión de tener que mantener a raya a los millones de fieles descarriados quienes todavía extrañan demasiado al bonachón de Juan Pablo Segundo. Joseph Ratzinger nunca tuvo ni tendrá el carisma divino de Karol Wojtyla. Difícil llenar sus santos zapatos. Por algo, y de modo medio irrespetuoso, muchos tildaron a Ratzinger como un simple Papa de transición, como si fuese un relleno de tamal crudo de catedral. Es el que abre el show mientras que llega la nueva estrella al púlpito vaticano. Digo, el Papa Benedicto XVI, bien que mal hizo su luchita. Trató de flexibilizar algunos dogmas demasiado rígidos de la iglesia, ello sin atreverse a ser visto como un reformista. Con solo verlo sabemos que es de muy, muy vieja escuela, o sea tradicionalista pues. Ciertamente viajó a algunos pueblos, a lucir el “Papamóvil”. Se tomó la foto con los feligreses y dijo misa un ciento de veces. Nada realmente vistoso como a Juan Pablo II que hasta le revoloteó el espíritu santo en un balcón. Realmente fue un…ni fu ni fa santificado que ya se va. En la súbita renuncia de Joseph “me rindo” Ratzinger, hubo algunos a los que no les cayó en gracia la despedida, entre ellos Dios Nuestro Señor, que a las pocas horas de que Benedicto presentó su relampagueante renuncia irrevocable, aventó desde los cielos un estruendoso rayo que cayó en el mero copete del vaticano. ¿No le habrá gustado a Dios que hayan dejado vacante el “divine business”? ¿Habrá sido solo una asombrosa coincidencia de la naturaleza? ¿Podría significar el primer fuego pirotécnico celestial previo a la aparición del siguiente Papa, la estrella y no el de relleno? La verdad no lo sé con seguridad. Lo que sí sé es que los dantescos problemas de credibilidad de la iglesia son considerablemente dificultosos y el siguiente Papa sudará bastante la sotana para resolverlos. La iglesia necesita ahora que el nuevo Papa sea un hombre inteligente, tolerante y sobretodo reformista. Un Papa adecuado a los tiempos del siglo XXI. Un líder espiritual que rescate no obstante, los valores esenciales del cristianismo como la fraternidad entre los hombres, la humildad y el sacrificio. Requerimos de un acercamiento entre todas las religiones porque todas tienen algo divino que enseñarnos. Requerimos de un exorcismo a gran escala que saque todos los males y vicios que se han apoderado del mundo y de la misma iglesia. Hay mucho que hacer en este violento mundo materialista y alejado de Dios. Ya se vio que el problema no se arregla solamente rezando el ave maría y el padre nuestro. Los hombres han perdido el miedo y respeto a Dios. Para que el siguiente jerarca de la iglesia se gane mi respeto y el de millones más, primero se debe meter a la cárcel a todo a aquel quien abuse de niños inocentes. Debe someter a la justicia a quien lucre con la voluntad de los fieles. Que se cese a quien no practique la humildad y la devoción. Basta de tronos de oro con corazones de barro. Se debe permitir además la equidad de géneros permitiendo a mujeres ejercer como parte del sacerdocio. Permitir el libre matrimonio de los sacerdotes y dejar a un lado tanto nefasto fanatismo. Hay que volver a la raíz de la enseñanza suprema y mirar otra vez dentro del corazón noble de Jesucristo que sigue intacto pero olvidado por tantos. ¡Simplifiquemos las creencias y desechemos los dogmas absurdos! Hay que dedicar menos tiempo a hablar del infierno y dedicar más tiempo a edificar el reino de paz que Jesucristo vislumbró. Es tiempo de purificar el alma de la humanidad, de trascender hacia un nuevo entendimiento. Dejen a Joseph Ratzinger descansar el poco tiempo que le queda. ¿O qué, acaso tú a los 85 años podrías con el paquete divino que Benedicto cargó discreta pero fielmente sobre sus hombros mientras pudo? La respuesta a esa pregunta quedará entre Dios y tú solamente. Dios bendiga al siguiente Pontífice y a todos los hombres de buena voluntad. Muchas gracias.