La sonrisa a flor de labios, el saludo amable y la plática sobre cualquier tema con los camaradas de oficina, es el inicio de todos los días de la semana. Nunca falta la broma ni el comentario cómico o picante que me provoca la carcajada espontánea, la alegría se manifiesta en cada mirada y en cada saludo a los compañeros de trabajo. Siempre existe de mi parte la palabra de aliento hacia aquel que la vida le jugó una mala pasada. Siempre trato de brindar el consejo a aquel que pasa por un mal momento. Siempre tengo algo que ofrecer a todo aquel que se acerca a mí en busca de compañía y algún consuelo en momentos difíciles. Procuro ser sensato e inyectar optimismo a quien se siente desdichado. Soy feliz tratando de apoyar a mis semejantes y dándoles consuelo y consejo según mi criterio. Intento ser un buen padre para mis hijos, y un buen amante para la mujer que amo, respeto, y que representa lo más importante de mi vida. Pretendo ser mejor hermano y un buen ciudadano. Soy el vecino tranquilo, cooperador y amable que saluda y entabla charlas con todo aquel que pasa a mi lado. Pero dentro de mí se esconde otra persona que no exhibe sus deficiencias ni pesares, no todo lo que trato de representar corresponde a mi verdadera personalidad; mi intimidad, mis miedos y mis secretos son parte de mi vida oculta, aquello que no se divulga ni se muestra, esos secretos que no se manifiestan ni se exponen al escrutinio público, esas verdades y temores personales que representan el lastre de toda una vida, pero que no se exteriorizan ni se comentan, sino que viven y morirán conmigo, esas vivencias particulares que se guardan en el rincón más recóndito de la memoria y que jamás se mencionan. Intento acomodar mi vida buscando no salir dañado, los errores del ayer me han costado caro y aún no acabo de pagar por ellos. Las experiencias trágicas y desagradables laceran mi pasado pero no lo manifiesto abiertamente, simplemente me oculto detrás de la máscara que todos los días me coloco en la cara para que mi expresión no descubra mi verdadera situación emocional, mis penas, mis miedos y mis tristezas. Trato de engañar al mundo viviendo una mentira permanente, representando la comedia de la felicidad, los buenos deseos, el optimismo y las mejores intenciones, pero llorando por el autoengaño de la tranquilidad existente, la utópica felicidad, y con la depresión y soledad como insaciables verdugos que se niegan a ceder al menos un pequeño espacio para no ahogarme en la desgracia y el desaliento. La simulación es parte fundamental de mi desempeño diario, la permanente oscilación sobre mi cabeza de los malos momentos de mi existencia, y las tragedias que han marcado en forma permanente mi subsistencia penetrante en forma indisoluble en cada acto y acción de mi persona. He creado una forma de vida que corresponde a quienes vivimos solo de quimeras, pero que al despertar de ese sueño por hermoso que sea termina convirtiéndose en pesadilla. Las fantasías se convierten en mentiras crónicas que suelo manejar como realidades, ya no identifico dónde comienza la verdad, y en qué lugar termina la mentira. <p>No puedo mostrarles a quienes me rodean mi verdadera situación emocional, no debo permitir que mis traumas y congojas se manifiesten ante mis seres queridos, no es prudente ser sincero cuando la verdad puede ser la guillotina de la poca felicidad que mi mente percibe. No es la mentira patológica la que me obliga a actuar en el engaño, es simplemente ese sexto sentido que me exige a protegerme. Las verdades trágicas en mentes perversas suelen ser terriblemente dañinas y destructivas para quien las posee. Todos tenemos secretos que ocultar, todos padecemos sufrimientos que no queremos mostrar, todos hemos mentido para proteger la verdad, y todos hemos expuesto verdades para proteger la mentira, todos ocultamos lágrimas derramadas por traiciones, todos traicionamos aunque tengamos que llorar después, todos fingimos indiferencia a situaciones que nos lastiman, pero intentando que los demás no perciban nuestro dolor y nuestras penas, somos hipócritas cuando se trata de demostrar un afecto que no sentimos o un amor que despreciamos, pero que por interés y mezquindad aceptamos. La expresión de mi rostro, el timbre de mi voz, y la intensidad de mi mirada es adaptable a la situación por la que esté pasando. Todo lo acomodo a mi conveniencia, todo lo adapto a mis necesidades, todo lo manejo a mi provecho, es la única forma de proteger mi existencia oculta y mis mentiras verdaderas. La vida me ha tratado en forma cruel y no puedo mostrarme como realmente soy, no quiero salir lastimado de nuevo, no importa que mi rostro solo sea una mueca y que mi vida solo sea una mala actuación en el escenario decrépito de mi destino. Pero también tengo que decirlo, no soy el ejemplo único de la simulación, todos los humanos actuamos igual en algún momento de nuestra existencia, solo que algunos procedemos a la defensiva, y otros lo hacen a la ofensiva, pero todos en el recorrido de nuestra existencia en algún momento nos ponemos la máscara de la felicidad para ocultar nuestras miserias. Hay quienes con el tiempo se quitan el antifaz y lo arrojan al bote de la basura y se muestran tal cual son, pero existimos otros que nos acostumbramos a vivir con la careta puesta y jamás la podremos retirar de nuestro rostro, hasta olvidar nuestras facciones y confundirnos al mirarnos en el espejo, sin saber si lo que se refleja en el cristal es nuestro rostro o la expresión falsa de la máscara. Juan Alberto Vega Parra Tijuana, B.C. Correo: ingjuanvega@hotmail.com