Eduardo Medina Mora es de esa especie que en política, sirve tanto a la derecha como al centro. Un eslabón que de manera no muy clara, une en los pactos del poder por el poder los intereses de dos partidos. Vaya, un representante digno de la nomenclatura que maneja este país. Ubicado de suyo como incondicional del ex Presidente Carlos Salinas de Gortari, encontró cobijo en los gobiernos del PAN. Incluso en el sexenio de Vicente Fox, fue director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN). También fungió como secretario de Seguridad. Con Felipe Calderón se convirtió en procurador general de la República, hasta que el distanciamiento con Genaro García Luna, incondicional secretario de Seguridad del ahora ex Presidente, lo sacó del país literalmente. Lo mandaron de embajador -sin experiencia ni formación- al Reino Unido. Todas las posiciones que ha ocupado Medina Mora están relacionadas con la intermediación de Salinas. Lo mismo sirvió al propio Salinas, como fue empleador de incondicionales de Enrique Peña Nieto. Favoreció el posicionamiento de éste, y se le ubica como intermediario entre la cúpula priista y las presidencias panistas. Después de hacer un papel más o menos decoroso en la Procuraduría General de la República, con Marisela Morales como su subprocuradora de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, el entonces Presidente Calderón lo mandó como embajador a Inglaterra, donde lo más llamativo fue su pleito con los irreverentes conductores del programa televisivo “Top Gear”, cuando éstos hicieron comentarios xenofóbicos y racistas hacia los mexicanos. ¿Por qué entonces el Presidente Enrique Peña Nieto designa a un ex encargado de la seguridad nacional y de la procuración de justicia, como embajador en los Estados Unidos? Quizá porque en el fondo, el tema que más ha ignorado Peña en poco más de un mes como Presidente, le sea realmente preocupante: la inseguridad. Como ningún otro mandatario en los años recientes, el priista se ha negado a hablar de frente sobre el narcotráfico y el crimen organizado en el país. Ni Peña ni su secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, han reaccionado de manera contundente y frontal ante el terror que los cárteles de la droga han desatado en entidades federativas como Sinaloa, Michoacán, Jalisco, Guerrero, Veracruz, Coahuila o Tamaulipas, por mencionar algunas. Pareciera que con la partida de Felipe Calderón, se acabó la guerra del Gobierno Federal contra el narcotráfico. El nombramiento de Medina Mora en la Embajada de los Estados Unidos, ratificado sin problemas en el Senado de la República, da un giro a la situación. Don Eduardo conoce muy bien la problemática en ese sentido. La respiró en su figura de Procurador General de la República, y padeció el hostigamiento oficial por parte de la Secretaría de Seguridad, principal instancia beneficiada con los recursos en especie y en dinero de la Iniciativa Mérida que signaron México y los Estados Unidos, precisamente cuando el hoy embajador se desempeñaba como procurador. No puede ser una coincidencia que el gobierno mexicano envíe a su aliado vecino, a un experto en seguridad y procuración de justicia, que además estuvo inmerso en el acuerdo entre los dos países. Mejor parece que es una de las primeras medidas que toma la incipiente administración de Peña para la estrategia bilateral de combate al crimen organizado, el narcotráfico, el tráfico de personas, de armas y dinero entre uno y otro país. Medina Mora no podría ser más diferente que su antecesor, Don Arturo Sarukán. Embajador que fue los seis años de Felipe Calderón en la Unión Americana, manejó una excelente relación diplomática entre ambos países en el álgido tema de la inseguridad. Aportó a la relación de Calderón con Barack Obama, y abonó por el buen trato y la dignidad de los migrantes mexicanos en aquel país. La nueva relación diplomática entre México y los Estados Unidos, estará basada en otro aspecto, se le dará “otro acento”, como declaró el ahora embajador Eduardo Medina Mora. Y el de la seguridad puede ser una tilde muy pesada. Eso, o, una vez más, Carlos Salinas ubicó sus piezas en el ajedrez político para beneficio propio, de los suyos y de los hijos de sus hijos.