Tal vez el temor más grande que padece el ser humano es a la muerte. El simple hecho de pensar que llegue el momento de morir nos aterra y angustia aun cuando sabemos que es un evento natural que se presenta en todo ser viviente. Pero si analizamos a fondo nuestro miedo a la muerte nos damos cuenta que no es el hecho en sí de morir lo que nos infunde el miedo, nuestro temor radica en dos aspectos fundamentales en los que probablemente se presente nuestra defunción. En primer término considero que el miedo más grande es cómo va a terminar nuestra vida. Todos quisiéramos que el fin de nuestra existencia se presentara en forma natural, a una edad adecuada y en uso de nuestras facultades, sin una agonía larga y dolorosa en caso de que nuestra muerte fuera por enfermedad, quizás y con suerte morir de un infarto, sin mucho dolor y en forma rápida, dormir y ya no despertar, en la tranquilidad de nuestra casa y en nuestra cama, con nuestros seres queridos a un lado. Pero desgraciadamente pocas veces la muerte se presenta en esta forma, y ahí empieza el miedo a morir –por ejemplo– en un accidente y con el cuerpo destrozado, tal vez en un incendio o morir ahogado, puede ser quizás alcanzado por una bala de algún delincuente sin cerebro de los que abundan en nuestro país, o acaso por un enfermedad larga y dolorosa que aparte de acabar con mi vida también destroza la de mis seres cercanos. Creo que en estos conceptos de cómo podemos morir radica parte del miedo a la muerte, el destino incierto de nuestro futuro y cómo daremos nuestro paso al más allá es aterrador y nos llena de angustia dándole a la muerte un matiz más trágico que lo que realmente debe de representar para cualquier ser humano. El otro factor que determina mi miedo a la muerte es el saber que mi cuerpo terminará en un reducido ataúd y bajo tierra, tal vez resulta absurda esta claustrofobia post-mórtem pero es real y rodos la padecemos. No tenemos la capacidad para aceptar ese tétrico destino, aun cuando sabemos que después de la muerte lo que pase con nuestro cuerpo es algo que ya no le toca al difunto decidir, sigue siendo aterrador imaginarnos dentro de un féretro sellado, en la oscuridad y frío de una tumba en un cementerio, y rodeado de cientos de muertos a los que en nuestra vida percibíamos como fantasmas lúgubres de nuestras pesadillas de la niñez. Somos los humanos quienes hemos convertido a la muerte en nuestra pesadilla permanente, siempre que una persona cercana muerte, me angustia el tener que vivir todo el proceso que lleva el darle sepultura al cadáver, desde el trámite con la funeraria, pasando por el velorio, las honras fúnebres religiosas, el funeral y el sepulcro en el panteón, todo en conjunto convierte a la muerte en un evento terrorífico. El acto de morir es únicamente regresar al estado en que nos encontrábamos antes de nacer, no existíamos y la naturaleza nos permitió disfrutar el proceso de la vida, para después de un tiempo volver a ser parte de la nada, de tal manera que la muerte no es ajena a nuestra vida, ya que muertos estábamos antes de nacer, morir es simplemente reencontrarnos con nuestro pasado, retornar al silencio, la oscuridad y la nada, espacio que ya conocemos pero que no recordamos, y que por las leyes de la naturaleza tenemos que regresar al sitio de donde venimos, el espacio infinito de la no existencia. Le tememos a la muerte porque nosotros mismos la convertimos en un acto triste y fúnebre, la rodeamos de terror y espanto, la dibujamos en forma trágica y no como algo natural de la misma existencia, le hemos dado forma inclusive en la representación de un esqueleto y con expresión malvada, la convertimos en nuestra enemiga y luchamos contra ella aun cuando ya es inevitable. Los humanos tenemos la obligación de preservar la vida, nunca debemos de atentar contra nuestros semejantes y despojarlos de lo más valioso con que contamos y que es la existencia. Tenemos que llegar al final de nuestra vida en forma natural, y nuestros restos tienen que ser manejados con respeto, y sin provocar la sensación de miedo y espanto que producen los velorios y funerales. A nadie beneficia velar un cuerpo por la noche, ni tampoco seguir un cortejo hasta un cementerio y vivir el calvario de sepultar el cuerpo de un ser amado. Nuestro cuerpo debe de tener un mejor destino que terminar en un cajón y en un agujero de cualquier fantasmagórico panteón. Mi miedo a la muerte no radica en desaparecer físicamente, mi temor radica en no saber cómo voy a morir, y que al fallecer mi cuerpo termine en un ataúd y bajo tierra. La muerte no debe ser sinónimo de miedo, tampoco de ser representada en forma grotesca y aterradora; la muerte debe de representar solo el término de nuestra existencia, el fin de la etapa terrenal, el retorno a nuestro pasado, regresar al estado de la nada de donde venimos y al que por ley natural tenemos que regresar. Dejar de existir es solo eso, terminar un ciclo de la vida y regresar a nuestro inicio. Nuestro estado natural y permanente es el silencio, la oscuridad y la ausencia de elementos, de ahí venimos y ahí regresamos. El miedo a la muerte es un invento del hombre, que como siempre actúa en contra de sí mismo. Generar miedo a un acto natural es igual que temer al nacimiento de nuevas vidas. La muerte es bella y natural, es el misterio más grande de la vida, y es nuestro único destino. Juan Alberto Vega Parra Tijuana, B.C. Correo: ingjuanvega@hotmail.com