Abraham llevó a su hijo al desierto, lo ató a un árbol y comenzó a hacer una fogata debajo de sus pies. De las alturas una voz retumbó: — Abraham, Abraham. ¿Qué haces? “Señor, estoy sacrificando a mi hijo, ¡conforme a tu voluntad!”. — No, Abraham, ¡yo solo quería medir tu fe! “¡Pero Señor…!”. — ¡Suelta al niño! Abraham soltó a su hijo que salió corriendo… Mientras el niño corría, Abraham gritaba: “Vuelve, hijo… ¡Vuelve, el Señor te liberó!”. El niño paró bien lejos y gritó: “¡Liberó mangos! Si yo no fuera ventrílocuo, ¡me estaría achicharrando!”. Autor: Un hijo vivo