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martes, octubre 8, 2024
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Sin botas

Le gusta usar botas y es candidato presidencial. Pero cuando asiste a ceremonias formales las deja en casa. Sabe muy bien que no combinan con el traje. Casi nunca gusta vestir camisa azul. Normalmente trae blanca y el domingo le vi una con bien anudada corbata azul marino y regulares puntos blancos. No usa el saco azul obscuro cruzado y menos en combinación con pantalón claro. Preferentemente luce traje gris cenizo muy de caballero. No se deja crecer el bigote. Algunas canas le asoman por la nuca y una compañera reportera me contó que no se pinta el pelo. Por cierto, luce peinado con la raya al lado derecho como siempre. Natural. Y muy natural. Le vi físicamente fuerte. Atlético. Esbelto. Sé que le agrada montar a caballo, pero no hay referencia de que ordeñe vacas. En su muñeca izquierda, reloj tipo Casio y en el anular del mismo lado argolla de oro matrimonial. Fue el orador principal en la inauguración del Congreso Mundial del Instituto Internacional de la Prensa que se realiza en Boston, Massachusetts, la tierra de los Kennedy. A muchos nos incomodó su tardanza. Pero se debió a las exageradas precauciones. Una revisión minuciosa a todos los asistentes. Más que cuando el pasajero va rumbo al avión. El edificio donde se realizó la ceremonia lo rodearon cientos de policías bostonianos. Todos de casco azul y uniforme del mismo color pero tono marino. Unos a pie, otros en patrullas, muchos en motocicleta. Y los de a caballo cerca a no muchos arremolinados manifestantes, que calle de por medio y limitados por una valla metálica protestaban contra el Gobierno.  En las azoteas cercanas, medio cuerpo y a contraluz, seguramente francotiradores. Afuera y adentro del sitio donde habló abundaban agentes del Servicio Secreto. Inconfundibles. Altos. Rubios o de color. Todos con su mini micrófono entre muñeca y palma. Audífono en el oído y mirando para todos lados. Firmes. Como si quisieran sacar radiografías con los ojos. Las edecanes se hicieron trizas para acomodar a invitados de todo el mundo. Naturalmente, cada uno quería estar en primera fila y tuvieron que pararlos cuando por sus pistolas ocuparon tal sitio. Los camarógrafos no cupieron al terminar el sillerío. Tampoco los fotógrafos. A muchos los mandaron y se fueron rezongando al segundo piso. Los agentes del Servicio Secreto nunca intervinieron en esos argüendes. Es que el lugar no tiene gran cupo. Se llama “Old Meeting House” construido el siglo pasado. Cuando los británicos ocuparon Boston fue utilizado como escuela. Pero luego George Washington convirtió el local para reuniones importantes de la comunidad. Así lo han conservado y es hermoso. Tiene una especie de púlpito enorme al centro de una de sus cuatro paredes. Desde allí presidían las juntas, pero ahora no. En su lugar se coloca un presídium. Queda frente a las bancas que parecen de iglesia. Cada una sirve para diez personas y tienen puertecillas a las orillas. Son dos hileras de apenas ocho cada una. En las partes de atrás y los lados hay una serie de algo así como palcos pero al nivel de piso. También cabe una decena de personas. Pero hay constancia allí de que todas las bancas son originales. El piso de madera. No hace falta preguntar para saber que tiene mucho tiempo. En tres de las paredes, a lo largo y media altura hay un balcón sostenido por hermosas columnas con solamente dos hileras de sillas. Por eso lo disputado de los sitios. Todo, pintado de color crema. Ninguna combinación. Nada más las bancas en sus orillas lucían un café obscuro. Apenas una línea delgada. El que llegaba no podía salir. Ni al baño. Pero no se permitió a nadie fumar. Tampoco había agua para tomar. Muchos se pusieron nerviosos. Los españoles estaban desesperados y también los argentinos. No así los africanos ni los japoneses. Sentí más resignación que inquietud entre los estadounidenses. Pero aquello era una pequeña torre de Babel. Se reunieron todos los lenguajes y todos los humores. Hindúes con su atuendo blanco como si fueran monjes. Los africanos con sus largas túnicas de chillantes colores. Elegantes los españoles y los italianos. El histórico recinto poco a poco se llenó de inquietud. Nos citaron a las 3.45 de la tarde previéndonos que el orador principal llegaría una hora más tarde. Pero no. Fueron dos. A mi edad y después de tantas y tantas esperas, una más la tomé con resignación. Pero aquello daba la impresión que era una olla Presto repleta de estrés a punto de estallar. Por fin a las seis de la tarde el señor David Greenway, Editor de Editores del periódico “The Boston Globe” tomó el micrófono. “Señoras y señores…”, la sola pronunciación de tales palabras dejó sentir más quietud que la de un estadio de beisbol vacío y al amanecer. Luego dijo: “…con Ustedes el señor Vicepresidente de los Estados Unidos”. Todos aplaudimos. Al Gore, sonriente. Trajeado y sin las botas que tanto le gustan, entró directamente al podio y habló durante media hora. No se equivocó en su lectura. La combinó con varias improvisaciones. Pero no titubeó. Candidato presidencial por el Demócrata, estaba en uno de los más importantes territorios de ese partido. En ningún momento hizo bromas. Sonrió en pocas ocasiones pero me llamó la atención su tono enérgico. No le escuché insultar a su competidor el señor George W. Bush hijo. Solo estuvo en desacuerdo porque quiere crear otra “Guerra Fría”. Tampoco maldijo al Partido Republicano. Al contrario, criticó al suyo por el caso de “El Balserito”. Ni siquiera pidió el voto. No se vio ningún letrero de propaganda. Ni un pegoste en las defensas de los automóviles. O como es usual en los estadounidenses, un botón laminado en la solapa o un sobrero de carrete. Nada. Cuando pregunté por qué había tanto camarógrafo, fotógrafos y reporteros, una mexicana del grupo organizador me informó amablemente: Gore aprovecharía hablar ante periodistas de todo el mundo, para anunciar cuál sería su política internacional en caso de llegar a la presidencia. Cuando lo hizo le vi mucha energía. De manos expresivas, sobre todo la derecha. La izquierda se la llevaba de cuando en vez a la altura de la boca. Con el índice como que se limpiaba el sudor, pero no lo tenía. Dio la impresión que es un tic. Pero sí sorprendieron mucho sus continuas referencias a China y Rusia como mercados potenciales y al África donde es urgente democratizar la vida. A esas naciones, dijo, hay que ponerle más atención que a Cuba. Insistió reforzar el armamento de Estados Unidos. Terminó con una frase significativa: “Mi propio sentimiento es que Estados Unidos sea una Nación fuerte y en paz”. La sentí como una advertencia. Habló exactamente treinta y cinco minutos. Respondió con soltura a las preguntas de tres asistentes: Africano, hindú y taiwanés. Y como relojito, cuando cumplió una hora en el podio, dio las gracias y todos aplaudimos protocolariamente de pie. Bajó de la tribuna. Saludó de mano a todos los que estaban en la primera fila. Desde la cuarta alcancé a ver que calzaba formalmente y no traía las botas que tanto le gustan. Cuando abandonamos el salón en la calle había por lo menos diez veces más policías que manifestantes. Los comentarios, especialmente de estadounidenses fueron, que Al Gore ganará las elecciones presidenciales. “No me gusta mucho que habló de armamento, pero de todos modos votaré por el”, comentó una mujer. Rumbo al hotel me quedé pensando: Con este hombre todo seriedad deberá tener relaciones el próximo presidente mexicano. Tomado de la colección “Conversaciones Privadas” y publicado el 2 de mayo de 2000; propiedad de Jesús Blancornelas.

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Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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