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martes, octubre 1, 2024
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El odio

En alguna terminal de autobuses cercana a Los Ángeles, California, los ojos de la policía se dirigieron especialmente a un mexicano. La estampa lo denunciaba. Vestía un conjunto vaquero de casimir muy elegante. No hacía falta preguntar para saber que se lo cortaron a la medida. Botines relucientes, seguramente “Floorsheim”. Sombrero tejano indudablemente “Stetson” de varias equis. Esclava de oro notable. No llevaba equipaje. Moreno y chaparrito. De barba casi milimétricamente recortada, dibujada. Ojos negros como su cabello. Piel morena, obscura.   Sé que los guardianes le solicitaron sus papeles. Y me informaron que los traía, pero no en regla. Entonces lo detuvieron por estancia ilegal. Me imagino que cuando los agentes le encarcelaron consultaron su sistema de cómputo. Se llevaron la sorpresa: Antonio Vera Palestina, acusado de homicidio en Tijuana, Baja California. Inmediatamente funcionaron los mecanismos de enlace con la policía mexicana que confirmó identidad y delito. Lo siguiente fue puro trámite. Guardianes estadounidenses se fueron con él hasta la Línea Internacional. En el último medio metro del territorio de Estados Unidos le quitaron las esposas. Y en el primer medio metro de suelo mexicano, policías bajacalifornianos le pusieron otras. Como escriben los reporteros de la página roja, en medio de un fuerte dispositivo de seguridad, fue transportado e internado en la Penitenciaría del Estado, en La Mesa de Tijuana. No informaron nada a los periodistas.   Al día siguiente de su encarcelamiento, muy de mañana, el entonces Gobernador del Estado, Licenciado Ernesto Ruffo Appel, me llamó telefónicamente a casa para transmitir la noticia. Es que Vera Palestina era perseguido como uno de los asesinos de mi compañero columnista y socio, Héctor Félix Miranda. El capturado fue guardaespaldas personal del Profesor Carlos Hank González. Perteneció al famoso “Grupo Jaguar” en el Distrito Federal, aquel tan cercano al abusivo “Negro” Durazo. Y según referencia de la policía bajacaliforniana, es muy rápido y certero en el manejo de las armas.   Cuando cometió el asesinato, era guardaespaldas principal de Jorge Hank Rhon, el hijo del profesor. Cuéntase que al enviar el señor ex-regente a su heredero para administrar el hipódromo de Tijuana, comisionó especialmente y para cuidarlo a Vera Palestina, su hombre de confianza.   Encarcelado este hombre, un juez ordenó catear sus oficinas en las instalaciones propiedad de los Hank. Se encontraron armas tan potentes como finas. De todas. Pero Hank Rhon no podía comisionar a uno de sus muchos abogados para defenderle. Hacerlo sería tanto como echarse la soga al cuello, reconociendo que había ordenado a su guardaespaldas de confianza cometer el asesinato. Por eso apareció otro que no era de su staff: Rodolfo Flores Ezquerro. El inmediato antecedente público de este profesional del derecho era su amistad cercanísima al exgobernador Xicoténcatl Leyva Mortera, pariente lejano del expresidente de la República, Miguel Alemán. Colaboró oficialmente en su administración. Normalmente bien vestido. Baja estatura. Hiperactivo. No se le caían los lentes de vidrio amarillo, mismo tono del usado por los practicantes del tiro al blanco. Cabellera envaselinada. Baja estatura y siempre oliendo a penetrante lavanda. Era un secreto a voces su vicio por el juego y sus constantes visitas a Las Vegas. Tenía fama de galán.   Antes de entrar de lleno en su faena a favor del acusado, me visitó para informar que lo defendería, ofreciendo que si yo no lo aprobaba se retiraba. Sentí aquella postura como una trampa. Por eso nada más le contesté que como abogado tenía el mismo derecho para actuar, que el acusado para defenderse. Recuerdo haberle dicho que desde ese momento “pintaba mi raya” y con la mayor cortesía que pude le abrí la puerta para decirle “que le vaya a Usted muy bien”.   Me dio la impresión que Flores Ezquerro se sintió con todo el apoyo de Hank y eso le permitiría un triunfo cómodamente. Pero las condiciones como acostumbraba su trabajo no eran las mismas en los juzgados. Estaba funcionando el primer gobierno panista en la historia. Ya no se podía maniobrar tan fácilmente en los tribunales.   Creo que esta situación y la ausencia de influencia hankiana ante un gobierno de oposición, fueron debilitando su defensa. Dos factores tenía insalvables: Primero, las pruebas de la Policía Judicial del Estado que logró inmediatamente para retirar de toda sospecha al gobernador en turno. Y segundo, los periodistas. Aunque algunos se hicieron desentendidos obedeciendo a Hank Rhon, todos los estadounidenses le pusieron especial atención. Eso preocupó al señor Flores Ezquerro.   Una muestra fue primero contratar a otro abogado para reforzar su tarea. Lo malo de su colaborador era que cuando llegaba a las audiencias inundaba el juzgado con su tufo alcohólico. Neutralizaba el aroma de la infaltable lavanda de su jefe.   Entonces le dio a Flores Ezquerro por litigar en la prensa cómplice de Hank Rhon. A veces con notas, otras en desplegados pero normalmente censurando al gobierno panista o enderezando críticas personales contra mí. Gastó mucho en esa estrategia.   Naturalmente, en aquellas condiciones no podía quedarme callado. Tuvo respuesta a cada una de sus publicaciones. Eso lo enojó. Olvidó una de los proverbios de su profesión: “Nunca odies a tus enemigos. Te harán perder el juicio”.   Por eso cuando se le agotó la pólvora para lanzar sus insultos y le escasearon los recursos, ordenó insertar en la prensa media plana para lanzar un reto sin tener una base: Si perdía el juicio, quemaría su título en la plaza principal de la ciudad y dejaría de litigar. Pero si ganaba, debía retirarme del periodismo no sin antes reconocer públicamente que estaba equivocado. Ni siquiera me tomó parecer.   Cuando llegó la hora de la sentencia el juez condenó al guardaespaldas de Hank a prisión por casi treinta años. El abogado inmediatamente apeló al Tribunal Superior del Estado donde ratificaron la sentencia. Promovió un amparo directo. Supuso que en el ámbito federal podría maniobrar mejor por depender de un gobierno priísta, pero no fue así. Confirmaron el veredicto.   Lo que vino después fue el incumplimiento del abogado Flores Ezquerro. No quemó su título. Ni siquiera lo descolgó de alguna pared en su despacho. Siguió litigando. No se disculpó públicamente así como lo hizo para retar.   A querer o no, Andrés Manuel López Obrador me hizo recordar todo esto. Hace poco leí sobre su enojo. Su inconformidad. No le gustó aparecer tercero en una encuesta electoral para el gobierno del Distrito Federal. Por eso retó a los periódicos que así lo publicaron. Igual que el abogado, el político puso condiciones sin pedirle parecer a nadie: Someterse a otro sondeo. Si se confirma su tercer lugar, se retira de la candidatura. En caso contrario, que durante tres meses no circulen los diarios que informaron de su baja calificación. No puedo creerlo pero es cierto. El odio le está haciendo perder el juicio.   Tomado de la colección “Conversaciones Privadas” y publicado el 1 de febrero de 2000; propiedad de Jesús Blancornelas.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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