Regresó el Alcalde del “otro lado”, pues siempre allá ha estado, vive más en aquel lugar pa’ su pellejo no arriesgar. Inventa viajes de trabajo para dejar a Tijuana al carajo, de la mano de Jerry Sanders, gabacho, su patria se le hace gacho. El pavimento a colonias que prometió así de fácil lo olvidó en el dos mil diez, ¡yo sí puedo, pues! Colonias muy viejas sin pavimento, Murúa, Miramar, las Torres, Jibarito, dice el Alcalde “ya merito, espérenme otro ratito”. Tijuana lo necesita, fue su frasecita y cancioncita, su pueblo lo grita, Inseguridad, servicios, in-gobierno, su lista. En Tijuana no asiste la verdad, pues no hay alguien de su edad en el municipio de la ciudad, se van con el Sanders a San Diego vecindad. Sin saberlo el Alcalde de la frontera es vigilado por la calavera, lo monitorea y lo zorrea; no sabe lo que le espera. Ya estuvo bueno, Alcaldito, Tijuana ya pegó el grito, no supiste dar el ancho y te llevaré mejor al camposanto. La Catrina lo pepena con cuidado, pues su salud es algo delicado, le da formol a oler para así hacerlo fallecer. Con delicadeza lo abraza, así lo hizo pa’ no desprender su brazo postizo, lo envuelve en sábana blanca y hace su suave mortaja. Ya la chirriona lo llevó al panteón en un grisáceo cajón, lo llevó hasta el Centinela, lejos del Sanders, frontera y parentela. En su epitafio así reza: Por mal hacer su trabajo, la calavera lo llevó pa’ abajo, su sangre ya cuajó y endureció. Leopoldo Durán Ramírez Tijuana, B. C.