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miércoles, septiembre 18, 2024
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La Peni: Digitalizada y sobrepoblada

Después del motín de 2008, mayor seguridad, más cercos y menos privilegios El Edificio 6 de la Penitenciaría del Estado en Tijuana luce tranquilo. No se escuchan ni voces. Nada de música. Silencio. Todo el que quiera salir de ahí, lo puede hacer siempre y cuando esté en horario de esparcimiento, de visita, o tenga diligencias legales por cumplir. Para abandonar el edificio, los reos deben formarse en fila india, de otra manera no pueden acceder al mismo tiempo por el pasillo de alambre que los guía hacia los zonas en común. Las explanadas que centran los edificios de celdas en la Penitenciaría ya son de uso exclusivo de funcionarios y custodios penitenciarios. Los prisioneros andan todo el tiempo entre rejas. Las de las celdas, las del edificio, las de fuera de la construcción, las de canchas, las de campos, las que los comunican en una especie de laberinto metálico a cualquier zona autorizada de la prisión. Los pasillos cercados fueron erigidos a partir del motín de septiembre de 2008, cuando reos de alta y mediana peligrosidad se inconformaron y tomaron el mando de la prisión desde el Edificio 6. Incendiaron, quemaron y ejecutaron a decenas de reos y custodios -oficialmente se reconocería una veintena de fallecidos, y extraoficial, unos 200-. El laberinto metálico no es el único aditamento. Acceder a la “Peni” es atravesar por una serie de mecanismos digítales, de investigación y verificación. La situación también ha cambiado tanto para visitantes como para abogados. Incluso en áreas comunes de funcionarios, custodios y visitas, el edificio cuenta con aire acondicionado. La situación está así: A la entrada principal, el primer filtro es una revisión con arco detector de metales. Auscultación de bolsa y retiro de aparatos electrónicos. Luego la recepción para la visita legal, familiar o conyugal. Previa huella digital, la confirmación de la autorización. A un lado, el cuarto de Rayos X para identificar de una manera menos invasiva objetos o sustancias extrañas en las cavidades del cuerpo. Enfrente, cubículos para una revisión manual, y traspasando éstos, la entrada a una puerta giratoria y de ahí a la “Yugular”: el pasillo que conecta a toda la prisión. Dos escáners para huellas más y se está dentro del área de reos. Todo de color claro, todo rodeado por los pasillos cercados con metal. A lo lejos el barullo de reos jugando futbol, platicando, haciendo cualquier otra actividad física. Puros hombres, todos de gris. Nadie grita, todos hablan, se dan carrilla. Se entretienen. Antes la tiendita. Los precios accesibles, como un abarrote con restaurante incluido. Nada de dinero. Ya ni vales. Otra vez la huella digital. Esta vez del reo. Con ella se verifica en un sistema digitalizado si los familiares del prisionero le han depositado dinero. De ser así, con la huella paga y el descuento a su cuenta es automático sobre lo que adquiere. Hay dos iglesias. Una católica, otra evangélica. Reos adentro oran en silencio, escuchan la homilía. Adelante, salones de clase. Mesabancos, pizarrón, limpios. Aún huelen a cal con cemento. En el segundo piso la biblioteca, puras enciclopedias, la bibliografía. A través de la Secretaría de Seguridad Pública de Baja California, a cargo de Daniel de la Rosa Anaya, el gobierno estatal modificó el aspecto y nivel de seguridad del Centro de Readaptación Social ubicado en la delegación La Mesa en Tijuana. Imposible afirmar que estas medidas acabaron con el hacinamiento, la introducción de droga, las extorsiones, la circulación de dinero en efectivo, o las pugnas entre los delincuentes internos integrados a las células delictivas de “Los Paisas”, “Los Sureños”, “Shalones” y “18s”. Pero sí se observa mayor control, sanidad y disciplina. Las celdas siguen siendo insuficientes. En una cárcel con capacidad para poco más de 2 mil 500 reos, se encuentran recluidos más de 6 mil 600. Después del motín, cientos fueron trasladados al penal de mediana seguridad en “El Hongo”. Aun así, el hacinamiento se siente, se huele. En celdas para diez personas hay veinte, veintiuno. A veces diecisiete, a veces quince, doce los menos. Literas hechizas les dan cama, y al último, el suelo de cemento es su morada. Posterior al motín de hace casi cuatro años, el aprendizaje para el gobierno responsable del sistema penitenciario fue el reconocimiento que no tenían el control del centro de readaptación y debían buscar medidas para conseguirlo. De entonces a la fecha los cambios han sido muchos, el más notable radica en la división de espacios por módulos, que les permite contener agresiones y fugas. Con tubería y alambrado, restringieron los accesos de los reos a las áreas por donde circulan custodios y funcionarios. Para los internos construyeron túneles. Para transitar por esos pasadizos, deben llevar la vista hacia el piso, y las manos juntas al frente de su cuerpo. Construyeron tres canchas que funcionan como áreas de visita y se las asignaron dependiendo de la peligrosidad. Los internos del Módulo 6, donde están quienes cometieron crímenes mayores, reciben su visita en un área especial acondicionada en el mismo edificio, para no poner en riesgo a los familiares del resto de los internos. “Una fuga es más difícil porque ya no es un solo comandante, se dividió en áreas (módulos en patios y oficinas), y cada una tiene encargado para salir, tienen que atravesar por varios espacios y se necesitarían muchas complicidades que sería detectables”, explicó el secretario Daniel de la Rosa. Los internos tiene autorizados cuatro familiares por día de visita (dos en la semana), obtener uno de estos pases toma aproximadamente 10 días y solo son otorgados a parientes  cuyos expediente son revisados e incluidos en la base de datos del Sistema Estatal Penitenciario. El acceso requiere una credencial con códigos que leen las computadoras y la corroboración de la huella digital. Solo entre el 25 y el 30 por ciento de los internos reciben familia en el CERESO de La Mesa. Al penal ingresa un promedio de 800 personas entre semana y mil 300 en fin de semana. A pesar de los traslados y la construcción de edificios, el sobrecupo sigue siendo un problema. De una capacidad para 2 mil 650, tiene internos a 6 mil 700. Ciertamente la tecnología digital llegó a la Penitenciaría de Tijuana, pero la sobrepoblación sigue sin remedio. 

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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