Señores directivos del Semanario ZETA, una vez más doy a Ustedes la molestia para que si lo estiman de interés general, me favorezcan dando a la publicidad la presente biografía de uno de los más grandes pioneros de la Baja California, anteponiéndoles un afectuoso saludo. El Padre Kino fue un ilustre jesuita, nacido en Segno de Tirol, Italia el 10 de agosto de 1645. Se trasladó desde muy joven a la ciudad de Friburgo, a fin de cursar estudios en la Universidad de Landsberg, en cuyo centro cursó las materias de teología, filosofía, matemáticas y geografía, retornando luego a la ciudad de Tirol, a fin de ejercer el magisterio, pero inquieto, como lo era él, se traslada a las nuevas tierras de América, desembarcando en nuestro país en 1681. Acompañó como cosmógrafo real al expedicionario Isidro Antondo, para explorar, colonizar y evangelizar estas lejanas tierras californianas. Ya para entonces, en 1683, la misión de San Bruno. Para el año siguiente y principios de 1685 realiza la travesía por la península de la Baja California, desde el Mar de Cortés hasta el Océano Pacífico. Atraído de nueva cuenta por la enigmática región, retorna a estas tierras de Californax expuesto a su propio riesgo, en el año de 1687, logrando avizorar lo que ahora son los enormes estados de Sinaloa, Sonora y la Alta Pimería. Funda enseguida la Misión de Dolores y recorre lo largo del Río Colorado hasta su cabal desembocadura y comprueba así que la Baja California no es una isla, sino una enorme península, el año de 1698. Tiempo después, acompañado de otro insigne Sacerdote, como lo fue Juan María Salvatierra, vuelve a recorrer Sonora y las Californias. En sus agotadoras excursiones ecuestres, como un auténtico apóstol (de los que muchísimo hacen falta), dilató hacia ignotas regiones la creciente extensión espiritual de nuestra patria por nacer. El Padre Kino es, sin duda, figura clave de nuestra oculta historia. El sector oficial muy poco o casi nada se ha preocupado por difundir sus grandiosas virtudes. Kino inició su febril actividad apostólica en lo que se dio en llamar “La Pimería”. Estuvo presente en Magdalena, Imuris, Tubutama, Caborca y otras poblaciones en las que, lastimosamente, hoy día poco o nada se reconocen sus asombrosas hazañas. Sin embargo, al otro lado de la frontera norte, concretamente en lo que ahora es el estado de Arizona, al Padre Kino se le tiene en muy alta estima como uno e los intrépidos pioneros de la civilización de Estados Unidos, a quien se le han dedicado loables biografías. Fue él un formidable misionero para quien los extensos y tórridos desiertos del norte no fueron óbice, a fin de cumplir completamente su vocación de servicio fraterno a los indígenas. Historiadores muy suficientes estiman como gigantescas sus incesantes actividades, calculando en aproximadamente treinta mil kilómetros sus recorridos totales, precisamente en veinticuatro años, para llevar a los naturales “la Buena Nueva del Evangelio”. Las muy diversas tribus a las que brindó sus prédicas y enseñanzas fueron tales como: pimas, sosobas, sabaipuras, seris, tipocas, yumas, quiquimas, opas, hoaboromas, imuris, cocomaricopas, californios, cochimíes, guaycuras, etcétera. Fundó nada menos que treinta pueblos, se dio a la paciente labor de aprender varios idiomas nativos y predicar en ellos, formó vocabularios de los mismos y dispuso a la par catecismos respectivos. Trabajando con los naturales, les enseñó a sembrar el arado en mano, a construir sus casas y gustar de los beneficios de convertirse en sedentarios; les enseñó a erigir varios templos, les mostró cómo criar ganado y construir barquillas para la pesca. A propósito, el ganado caballar que él introdujo por estas latitudes se extendió rápidamente, a tal grado de perder su control, convirtiéndose muchísimos de ellos en mesteños (mústang). Dada su extenuante labor, pronto fue nombrado Superior de los Misioneros de la Alta Pimería, con asiento en Magdalena, Sonora. En cuyo sitio fallece el 15 de marzo de 1711, agotado por el duro trabajo y ante la consternación de sus inconsolables feligreses. Fue precisamente hasta el año de 1922 que los directores del Archivo General de la Nación proponen y obtienen la autorización para que se publique una de sus múltiples obras, que se titula “Las Misiones de Sonora y Sinaloa”. Nos imaginamos que bastantes obras de él y otros ensanchadores de México, se podrían rescatar de dicho archivo. En esta ciudad de Tijuana, como mucha gente sabe, la gratitud ha erigido un monumento de grandes proporciones, el que se yergue en la Avenida Padre Kino. Prof. Arturo López Delgado Tijuana, B. C.