Muy probablemente es la mejor anfitriona de nuestra querida Tijuana; en su espléndida mesa hemos estado prácticamente todos los que somos de aquí, y aquellos que se consideran y aman estas tierras como su origen mismo. Doña Carmen Cárdenas Vélez de Peña, o doña Carmelita como todos le llaman, es la reina y señora, cabeza y propietaria de uno de los más tradicionales, bellos, amenos, ricos, y grandes restaurantes de nuestra comunidad. Fundado el 14 de octubre de 1973, en la calle Santa Mónica no. 1 del Fraccionamiento Las Palmas, se encuentra ubicado el Restaurant La Escondida. Un remanso de paz en sus jardines, una apetecible comida en su cocina, y la incansable, amable y sonriente anfitriona es doña Carmelita, desde el momento mismo de la inauguración. Con bellos, amplios y sembrados patios, el lugar no tiene desperdicio. Varios salones y barras enriquecen la hostería; el confort, el buen trato, la sencillez y al mismo tiempo la clase se desbordan en la hermosa y agradable casona. Doña Carmelita llegó a Baja California empezando los setentas, venía de su natal Guadalajara, Jalisco, donde inició sus conocimientos sobre la gastronomía, la anfitrionía y la atención personalizada. Siempre junto a su amado esposo Don José Luis Peña González, quien todos los días le sonríe desde el cielo. Don Pepe y Doña Carmelita desde prácticamente la mitad del siglo pasado se distinguieron en su tierra natal por ser grandes amigos y mejores anfitriones, por ser ejemplo de la amistad y el privilegio que entraña atender y servir a los visitantes, fueron dos los espacios que se destacaron en su origen y que dieron cimiento a lo que hoy es la maravillosa Escondida. El compromiso de doña Carmelita no termina en La Escondida, generosa como es en la mesa, lo ha sido con la sociedad: ha encabezado dos clubes de servicio que tanto bien siembran en nuestra ciudad, como el Club de las Buenas Amigas y Las Soroptimistas, donde ha dejado grandes muestras de bondad y labor intachable. Sus mayores dones son su dedicación, su esfuerzo y su trabajo constante. Su labor social. Su alegría, su creatividad y su impecable trato; para todos tiene una gran sonrisa, para todos tiene una palabra de aliento, para todos tiene un consejo sabio. Por su Escondida –la de todos– han pasado gobernadores, secretarios, alcaldes, artistas, intelectuales y un largo etcétera. Los mejores grupos sesionan y conviven en sus mesas, algunos del pasado como los Leones y los Rotarios y otros como los Toastmasters y el reconocido Grupo 21 que engalana ahí en ese ambiente de tranquilidad y deliciosas viandas, sus días activos. Toda la representación empresarial disfrutó y se deleitó con la inmejorable cocina de doña Carmelita; recuerdo con un gran cariño cuando en mi época de directivo de organizaciones empresariales como Canacintra, Canaco y el Consejo Coordinador Empresarial, a la menor provocación y con cualquier pretexto acudíamos a disfrutar La Escondida y convidábamos a los más. En sus salones se ha celebrado de todo; bodas, bautizos, 15 años, confirmaciones, comuniones, en fin, de todo y para todos porque no hay mejor ambiente ni mejor atención que la que nos provee doña Carmelita, espléndida en su sencillez, encantadora en su trato, alegre al atender, feliz al recibir. En esta titánica como casi perfecta labor nunca ha estado ni estará sola, su querida hija Martha, su hijo José Luis, así como su hijo político Manuel, pues han sido baluarte para doña Carmelita, quien les ha educado en el buen servicio, en la alegría que solo se obtiene con el hacer sentir a los otros en casa, con una amena plática y un vasto, caliente y apetitoso plato de comida. Otro de sus hijos, Alejandro, se reporta desde San Francisco con cariño y admiración. Además cuatro nietos alegran constantemente los tiempos libres que se ha ganado a carta cabal la incasable anfitriona por naturaleza. Me sorprendió Doña Carmelita: al momento de prepararme para la elaboración de esta colaboración, me pareció práctico marcar al restaurante para obtener algunos datos adicionales y que escapaban a mi memoria. Ella personalmente, a sus 87 años de edad, levantó el auricular y me atendió con la frescura de siempre. Inmediato me preguntó por la familia; y yo por la suya, especialmente para conversar con uno de sus hijos para obtener información que hoy comparto con ustedes, mi idea fue que ella no se enterara de la redacción de este sencillo homenaje hasta su publicación en la edición de ZETA que tiene en sus manos; pero así es doña Carmelita, siempre trabajando, siempre al pie del cañón, como dice mi Padre. Infinidad de reconocimientos y premios ha recibido a lo largo de su vida que se suman a los que con el tiempo también el fruto de su cotidiano esfuerzo ha merecido. Doña Carmelita y La Escondida, La Escondida y Doña Carmelita seguirán aquí por muchos años, cocinando las delicias que desde sus hornos y estufas salen, para contribuir con el más rico desayuno, hasta las mejores comidas y cenas, sin dejar de lado los festivos banquetes que han degustado novios, quinceañeras, y demás festejados. Más de mil comensales pueden estar apreciando y reconociendo al mismo tiempo una de las mejores mesas de esta ciudad, y lo curioso y por más difícil que parezca, es que todos los invitados a esta bella mesa, podrán y pueden seguir haciéndolo, porque las mágicas manos de doña Carmelita siempre estarán ahí. Hasta siempre, buen fin. Carlos Mora Álvarez, es orgullosamente tijuanense. Ha sido servidor público y dirigente empresarial. Actualmente preside el corporativo moryna. Comentarios y sugerencias: carlos.mora.alvarez@gmail.com