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domingo, febrero 25, 2024
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Templo cívico México: su pasado, presente y futuro (Vigésima primera parte)

La realización de la farsa electoral en 1892, 1896 y 1890. Los jóvenes de la Unión se resignaron, después de todo, no la pasaban mal y el gobierno de Díaz les resultaba preferible a la inestabilidad de épocas anteriores. Por patriotismo, según decían, siguieron colaborando con el dictador, aunque sin renunciar a sus aspiraciones democráticas. Ya cuando desapareciera el dictador, se podría instrumentar la transmisión pacífica del poder a individuos capaces de dirigir al país, sabia y civilmente. Por ejemplo, luchar por que en el gobierno se acabara con los métodos empíricos y se comenzara a organizar objetivamente el sistema gubernamental. Al morir Romero Rubio, en 1891, el científico de más alta jerarquía en la jefatura del grupo, este cargo se pasó al ministro de Hacienda, Limantour, así como a otros conocidos como los “científicos”.

Porfirio Díaz advirtió la utilidad de estos hombres para la buena marcha de su gobierno y para premiar su “manifestación patriótica”, los nombró abogados consultores de diversos ministerios, así como jefes de comisiones de estudio para proyectos de ley. Esto les permitió desenvolverse como gestores de contratos para explotar los recursos naturales y de construcción de obras públicas. La mayoría de los científicos se enriquecieron en forma exagerada. Las excepciones fueron Rosendo Pineda, cuya ambición no estaba orientada a la riqueza, sino al poder, y los escritores Justo Sierra y Bulnes, quienes murieron pobres porque el dinero nunca les interesó, sino el bien de la Nación.


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Porfirio Díaz no se equivocó en su percepción de ver que concedería un gran beneficio con la colaboración de los científicos en su administración. Uno de los grandes proyectos e ideas de Limantour, en 1898, fue que de acuerdo con los intereses de México y no del mercado de explotación de las naciones, dueñas de la red ferroviaria, procurar que los ferrocarriles pasaran a poder de la Nación.

En 1908 se presentaron condiciones favorables para llevar a cabo la adquisición, pues la operación del ferrocarril de Ciudad Juárez estaba al borde de la quiebra, mientras que la de Laredo preveía malos tiempos. Las andas más importantes del país estaban dispuestas a vender sus acciones a precios razonables. Por otra parte, en el momento en que se llevó a cabo la compra, las acciones estaban a un precio muy bajo. Los científicos promovieron la realización de algunas obras públicas que eran llamativas para el régimen porfirista, aunque de tras de cada proyecto estaba el afán de lucro, como ocurrió con el Palacio de Bellas Artes, el de Correos y Telégrafos y el Teatro Juárez en Guanajuato, inaugurado en 1903.

Limantour y la camarilla de científicos llegaron al extremo de formar una compañía bancaria y de bienes y raíces cuya función consistiría en monopolizar los contratos de obras públicas, para después revenderlos con la comisión acostumbrada a empresas extranjeras o a los mismos científicos que las llevaban a cabo. Esto causó indignación entre los contratistas ajenos a la camarilla de los científicos, los cuales se quejaban de que Limantour había implantado una política de “carro completo”. El dictador tuvo que intervenir personalmente para que su hijo Porfirio, apodado “El Chaz” por su propensión a estornudar constantemente, obtuviera el contrato para erigir el manicomio de La Castañeda y el Palacio de Justicia.


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Díaz conocía a detalle esta corrupción, pero no se atrevió a combatirla. Ignorante de todo lo referente a economía y finanzas, pensaba y creía en que su ministro de Hacienda era un mago y se ponía feliz cuando le señalaba los superávits acumulados en las arcas nacionales  (65 millones de pesos en 1910), los cuales jamás debieron quedar improductivos, sino invertirlos en promover el desarrollo del país o por lo menos reducir la deuda exterior de 440 millones de pesos que dejó el porfiriato. En el fondo, el mágico sistema limantourista se reducía a conseguir préstamos para fabricar un superávit que complaciera al dictador.

El dictador había hecho suprimir la vicepresidencia que solo servía para organizar sublevaciones. En los comicios a la presidencia de 1904, Díaz se hizo relegir por sexta vez.

La Unión Liberal, reunida en la Ciudad de México en junio de 1903, estaba furiosa con Limantour por su falta de decisiones para luchar por la presidencia, pues esto estropearía los negocios de los científicos. Por este motivo, los científicos decidieron iniciar una “decente y patriótica” rebelión, como la llamó Francisco Bulnes, quien pronunció el discurso principal de la convención, agregando frases que sacudían al país.

“Jamás un pueblo demócrata ha votado por sexta relección, pero si se prueba que la sexta relección es necesaria para el bien del país, hay que deducir serena y tranquilamente, que todavía no hemos logrado ser un pueblo democrático, y así buscar los argumentos de relección en el terreno de las conveniencias.

“Desgraciadamente, el principal argumento de la relección, recogido en el campo de las conveniencias, aterra más que alentar. Se dice al pueblo: ‘La conservación del General Díaz en el poder es absolutamente necesaria para la conservación de la paz, del crédito y del progreso de la Nación. Nada más propio para acabar pronto con el crédito que anuncia al orbe que, después del General Díaz, caeremos en el insondable abismo de miserias de donde hemos salido’. La relección debe ser más una cuestión de gratitud para el esforzado guerrero y colosal estadista; debe ser algo nacional y sólo es nacional lo que tiene porvenir. Si la obra del General Díaz debe perecer con él, no hay que recomendar la relección, hay que recomendar el silencio como escena siniestra; hay que recomendar el dolor como un espectáculo de la muerte; hay que proveerse de escepticismo y resignación para ver y saber que el destino de la patria está hecho ya, que es la ruina inevitable.

“La nación tiene miedo, la agobia un escalofrío de duda, un vacío de vértigo, una intensa crispación de desconfianza y se agarra a la relección como una argolla que oscila en las tinieblas. El país está profundamente penetrado por el peligro de su desorganización política. El país quiere saber, señores, lo que verdaderamente quiere el país; pues bien, quiere que el suceso del General Díaz se llame “La Ley”.

“Después del General Díaz, el país ya no quiere hombres. La nación quiere partidos políticos; quiere instituciones; quiere leyes efectivas; quiere la lucha de ideas, de intereses, de pasiones. La relección debe servir para que el General Díaz complemente su obra, para que cumpla un sagrado deber organizando nuestras instituciones con el objeto de que la sociedad, en lo sucesivo y para siempre, dependa de sus leyes y no de sus hombres”.

Continuará.

 

Guillermo Zavala

Tijuana, B.C.

 

Autor(a)

Carlos Sánchez
Carlos Sánchez
Carlos Sánchez Carlos Sánchez CarlosSanchez 36 carlos@zetatijuana.com
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