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viernes, febrero 16, 2024
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El Profesor

Una vez y en su casa me dijo: “En política, Carlos Hank, solamente uno”. Esto porque le pregunté si su hijo primogénito “no le dio por la política”. Y fue cuando explicó: Por eso lo mandó estudiar. Lo mejor. Para dedicarse a los negocios. Fue de lo poco más o menos cordial que hablamos en su hermosa casona defeña. Calle Virreyes. Fines de 1988. El Presidente Miguel de la Madrid estaba por terminar su sexenio. No quiso al profesor. Me imagino cómo debió ligarlo con el corrupto, desalmado y vicioso Arturo “El Negro” Durazo. Fue jefe policíaco cuando el señor Hank estuvo en la regencia del Distrito Federal durante el lopezportillismo. (1976-82). Cometió estupideces y barbaridades. Por eso don Miguel ayudó para encarcelar al atrabancado ex chofer bueno para la guantada. Este “Negro” se encaramó en la nómina oficial nada más por ser amigo del Presidente José López Portillo. Se conocían desde chavalitos. Cuando don Pepe aterrizó en Los Pinos se lo impuso al profesor. Como quien dice, al malvado le hizo justicia la Revolución. Estoy seguro: Don Carlos Hank sabía hasta la medida de zapatos de “El Negro”. Pero político al fin, sabía perfectamente. Donde manda presidente no gobierna regente. Le soportó hartas salvajadas. No lo dudo. Si por don Carlos hubiera sido lo cesa de inmediato. Pero no. Se aguantó. Por eso al conocerse tanto desgarriate, entambaron a Durazo y De la Madrid mantuvo “en la banca” al señor Hank. Naturalmente, el profesor fue discreto. Salió del Palacio para dejar la regencia y se fue a su casa. Ni siquiera refunfuñó. Tan hábil así: Harto conocido hizo que no se sintiera su ausencia. Cero declaraciones en la prensa. Nada de organizar protestas. Tampoco andar ordenando a sus partidarios tomar palacio. Menos salir a las calles con manteados. Sabía de las reglas políticas no escritas. Y por eso se “disciplinó”. Casi un sexenio en la banca. Ni siquiera hizo por vengarse. Al contrario. Hasta le regaló “La Colina del Perro” a López Portillo. De no haber muerto, Hank hubiera impedido tanto desfiguro del ex Presidente. Bueno. Carlos Salinas de Gortari ya había sido electo. Faltaban pocos días para tomar posesión. Fue cuando salió a relucir la inteligencia política del profesor. Se acomodó en el gabinete. Fue un mes antes del relevo presidencial nuestro encuentro. Retomo parte de mi libro “Una Vez Nada Más” para recordar con algunas pequeñas modificaciones aquello: “…un guardia abrió la puerta de la enorme residencia antes que el chofer se anunciara. Entró con todo y carro por una vereda rodeada de jardines impecables. Hermosos, varios perros jugueteaban en el césped. Todo aquello relucía como postal de palacio europeo. Estacionó el vehículo frente a la entrada. Sirvientes metidos en chaqueta blanca y pantalón negro abrieron las puertas del auto. Indicaron el camino hacia el portón elegantemente recién barnizado. Imposible no prestar atención a quienes, armados con ametralladora bajo el brazo, resguardaban todo aquello silenciosamente. Dentro de la mansión el piso enmarmolado simulaba un lago en remanso. No vi un perro. Ni siquiera un pájaro. Ningún animalejo. Los muebles elegantísimos. De diferentes estilos. Unos aquí, otros allá llenando con exactitud la sala a la que llegamos directamente tras cruzar la puerta principal. Apareció el Profesor Carlos Hank González. De saco blanco. Igualito a los de mil y pico de dólares de Norstdrom. Suéter cuello de tortuga. Indudablemente pura lana australiana. Pantalón negro. Seguro de Park Avenue de Nueva York. Mocasines a lo mejor Bali. Calcetines también negros de seda. Parecía un maniquí. Nada de extravagancias ni colores chillantes. Bien peinado su pelo canoso. Le caía un rizo sobre frente. Las canas brillaban tanto como sus dientes. Sonriente. Apenas medio rosada su nariz. Ligeramente gangoso, se disculpó por esa gripe. Le agredía. También pidió perdón por no salir a la terraza para tomar café. `La gripe…'. Con una gentileza absoluta nos invitó a sentar en afrancesado sofá. Un sirviente apareció mientras el profesor ofreció algo de tomar. Abrí la plática con una pregunta: –¿Quiere hablar sobre el asesinato de Héctor Félix? Impertérritos su simpática sonrisa y rostro angelical. El trato caballeroso. Sin mostrar enojo ni sorpresa el profesor simplemente exclamó: `Por faaaavor'. Explicó enseguida suavemente. Se trataba de una reunión amistosa. Que tenía por norma sagrada no tratar asuntos desagradables con amigos. Tampoco en su casa. Inmediatamente disculpó a su esposa por no estar acompañándolo, pero que antes de irse preparó personalmente comida para nosotros. Apenas dije `no gracias' cuando el profesor me encaminó al comedor. Ordenó sonriente a la servidumbre atendernos. Caldo de pollo con verduras. Sofisticado platillo con carne. Un postre. Todo lo consumió Hank con elegancia. Yo apenas `piqué' alimento. Me habló de su hijo Carlos –‘en política, Carlos Hank solamente hay uno’–, de su esposa y Japón. Siempre Japón. Cero crimen de Félix. Decidí retirarme. El profesor sin perder la compostura, simpático, me acompañó hasta la puerta. Se disculpó no ir más allá. ‘La gripe…’ Ni siquiera chocamos la mano en señal de adiós”. Ése era el profesor. Político en los momentos más difíciles. Sacando la cara ante las dificultades. Enfrentándose con una sonrisa. Tuve referencias de Hank desde hacía años. Leí sus memorias no publicadas. Políticamente enriquecen. Oí hablar siempre bien de él. Hasta quienes le odiaban resaltaban su virtud política. Conocí de sus andanzas en la Compañía Nacional de Subsistencias Populares. Amigos mutuos me comentaron sobre su gobierno en el Estado de México. Me ayudó a conocerlo más el inolvidable periodista Manuel Buendía. Lo retrató fielmente en su “Red Privada”. Por el poder que tenía le llamaba Gengis Hank. Y muchas veces esa columna fue censurada en Excélsior”. Pero nunca hubo pruebas que fue petición del profesor. No era tan corriente para tratar estos asuntos. Tenía clase. En fin. Le vi y supe de su actuar durante muchos años. Por eso estoy seguro de una cosa. Si viviera jamás hubiera permitido a su hijo Jorge lanzarse como candidato a la Presidencia Municipal de Tijuana. Primero, porque el profesor no era hombre de conflictos sino arreglos. Jamás pleitos. Antes negociación. Y sabedor de una regla obligadamente a tomar en cuenta: Nunca lanzarse a lo posible. Siempre a lo seguro. El profesor jamás perdió una competencia importante. Nunca una elección. Todas las ganó sin discusión. Pudo haber hecho chuecura y media pero nadie lo notaba. Y si alguien se daba cuenta no podía probarlo. Se daba el lujo de gastar millones y parecía que andaba pidiendo prestado para sus campañas. Pudo haber sido Presidente de la República. Pero la ley se lo impidió. Era hijo de padre extranjero. Le hizo la lucha por reformar la Constitución y acabar con aquello de para ser Presidente debe ser mexicano por nacimiento, hijo de padres mexicanos por nacimiento. Por eso cuando tal regla se modificó y su edad era avanzada fue tan sabio para exclamar pública y reposadamente “…como el poeta, llegué tarde”. Estoy seguro: Al señor profesor le hubiera avergonzado ver a su hijo Jorge en una campaña tan desaseada políticamente. Llena de errores. Despilfarro desvergonzado y con protagonistas en entredicho. Pero aclarando. Sería el primero en aprobar la candidatura de su frívolo hijo si era seguro y amplio el resultado triunfante. No discutido. Nada con brincar de un tribunal a otro. Cero desgaste. Nada de inquietud. Como si lo estuviera viendo. Si viviera y bajo el supuesto no concedido de aprobar la candidatura de Jorge, no hubiera permitido que su triunfo quedara en duda. Por eso hoy más que nunca sigo recordando sus palabras: “En política, Carlos Hank, solamente uno”.       Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado el 19 de noviembre de 2004.


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Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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