Por lo visto está de moda la creación de personajes que combaten la impunidad con venganza. Acaso un mal de los tiempos que ahora ha dado lugar a esta película que podría verse como un “Robocop” moderno, donde la sed de justicia de una víctima de un violentísimo asalto -en el que además asesinan a su esposa- se redefine con un STEM, un implante inteligente que le permite recuperar el movimiento de su cuerpo tras quedar parapléjico.
El detalle es que este dispositivo convierte a Grey Trace (Logan Marshall-Green) en un súper hombre tras la visita de Eron (Harrison Gilbertson), un científico precoz inventor del STEM, con el que pretende convertirlo en su brutal experimento.
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Como un Frankenstein del segundo milenio, el nuevo Grey es capaz de regar sangre mientras rastrea a Fisk (Benedict Hardie), y a su paso es capaz de capturar, juzgar y ejecutar a quien considera malhechor.
Leigh Whannell está detrás de este filme y no sorprende su nivel de saña, después de haber formado parte del equipo de cintas de horror como “Saw” e “Insidious”.
Al parecer, aquí su misión fue crear una película “B” que, pese a tener escenas verdaderamente grotescas y perturbadoras, divierten por el nivel de morbo del cual el público se hace cómplice poco a poco, quiera o no.
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Llega, claro, el momento en que se pierde de vista la motivación del personaje de ahora sí que “autodefenderse” en un mundo donde el sistema judicial y las instituciones parecen nulas, tanto que ni se mencionan. Todo aquí se mueve al margen, apoyándose libremente en la ciencia ficción para plantear una actitud apocalíptica del protagonista que, a diferencia de cintas futuristas y por ende catastróficas, se ubica en el presente, como si el crimen sin castigo hubiese llevado a la sociedad al otro extremo: el de un barbárico concepto de justicia por propia mano. Tal vez, pensándolo bien, esta es una nueva forma de horror. ***
Punto final.- “The Incredibles 2”, ¡qué bien! Se necesita algo más sano para este junio veraniego.
