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domingo, febrero 18, 2024
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 “A mí los videos me hacen los mandados”

Muchas veces he sido videograbado. En bancos, tiendas y supermercados. Oficinas de gobierno o ciertas empresas. Pero hasta donde me di cuenta, nunca como en el aeropuerto de Colombia. Más al salir. No tanto cuando llegué. Vi de frente los artilugios. Para empezar en la sala. Luego atrás del mostrador al documentarme. Aduana. Migración. Hasta por agentes anti-drogas norteamericanos. Con cara de harto desconfiados. Como viendo un narcotraficante en cada pasajero. Cercanos a todos los viajeros. Pendientes en la zona para revisar equipaje de mano. Luego vi otra cámara funcionando casi trepando al avión. A lo mejor y en la nave. No me di cuenta. Y para variar al desembarcar en la Ciudad de México. Eso ni siquiera me pasó en Washington, Nueva York, Los Ángeles, Boston o San Francisco. Por le menos si los había no eran tan visibles.

En la Ciudad de México alguien me contó: Vio un video con mi imagen. Lo tomaron en la Fiscalía Especial del Caso Colosio. Tercero o cuarto pisos de un angosto edificio. Avenida Insurgentes Sur. “Fue por orden del Licenciado Juan Pablo Chapa Bezanilla”. Eso me dijeron. Luego tuve oportunidad de ver otras captadas en la misma oficina. Recordé cuando visité al funcionario. Fui en busca de información. Pero de amable al recibirme cambió a lo atrabancado. Desusado. Me soltó un interrogatorio intenso. Hasta parecía un examen aritmético en sexto año de primaria. Tan insistente que hasta me desfiguré. Nada más le faltaba zambutirme agua en las narices para contestar. Por eso decidí cortar la entrevista. Me despedí contra la insistencia de quedarme. Desconfié y salí. No regresé. Sentí a Chapa desesperado. Enojado. Quería engatusarme. Con esa impresión abandoné el edificio y nunca más volví.


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Hace tiempo escribí: “En moteles de la frontera videogrababan las faenas amorosas y secretas entre noviecitos. O las furtivas de soltera con casado. También mujeres maduras y matrimoniadas con mancebos. Los cassets eran o son enviados hasta Argentina. Desde ese país son ofrecidos por Internet. Me llegó el aviso. Y luego de investigar supe cómo en Japón se venden mucho. Qué tristeza. Las parejitas o disparejas por edad videograbadas ni siquiera lo saben. Tampoco se dieron cuenta cuando fueron captados. Desde algún candelabro. Lámpara en el buró. Espejo. Techo. Cabecera.

En Tijuana toda persona es videograbada al pasar de Tijuana a Estados Unidos. A pie o en carro. Hay aparatos en las autopistas. El tranvía. Los autobuses. Muchos postes con semáforo tienen videocámara. Juzgados y museos. Gasolineras y estacionamientos. Patrullas. Universidades o restaurantes. Antes lo venía todo eso con naturalidad. Ahora raramente me aparezco en lugares públicos. Pero un amigo me confió: Con el desbarajuste del PRD se siente incómodo con los aparatitos.

“A mí los videos me hacen los mandados”. Me lo dijo sonriente un amigo hace tiempo sin venir al caso. Estábamos hablando de amigos periodistas. Unos vivos. Otros muertos. Pero casi todos de los años sesentas o setentas. Recordábamos sus grandes éxitos y problemas. Parrandas. Tristezas. Anécdotas. De cómo algunos salieron de las redacciones para entrar al gobierno. O aquellos cuando al dejar la nómina oficial se afianzan con independencia y respeto. Don Francisco Martínez de la Vega, ejemplar. Lo conocí como Gobernador en San Luis Potosí. 1959. Nunca sentí a un mandatario tan amable para hablar. Casi siempre “como compañeros” y “fuera de libreta”. Ya lo admiraba antes leyéndolo en  Siempre!. Pero más luego de terminar su interinato. También a Manuel Buendía. Le traté por primera vez como Jefe de Prensa de la Comisión Federal de Electricidad. La jefatura de Guillermo Martínez Domínguez. 1968. Después vinieron sus columnas admirables. Inolvidables. Fue de los más grandes apoyos en mis momentos de infortunio.


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Y hablábamos de todo eso.  Hasta el encumbramiento de algunos periódicos o la decadencia en otros. Entonces fue cuando mi confidente me salió con el tema de los videos. Es que durante años navegó en redacciones, política y jefaturas de prensa. Entonces todavía no les llamaban Dirección de Comunicación Social. A propósito de lo que sucede comentó recordando su trato con los periodistas. “Habrá quien salga por allí con ‘me dio dinero’ pero nadie puede probarlo. Además, no creo alguien que quiera decirlo. Imagínate la quemadota. No aguantaría. Y menos ahorita con el escándalo”. Por eso me dijo: Hay que saber a quién darle y a quién no. De corridito explicó. Unos de plano lo piden y hasta exigen. Otros no aceptan nada. Ni siquiera un regalito de Navidad. Eso sí, recordó: Reclaman información exclusiva. Pero le brotó el orgullo cuando soltó la frase “…a mí los videos me han hecho los mandados”.

Me confió: “¿Sabes cómo les entregaba dinero a ciertos directores de periódicos?” Y relató. A su secretaria de confianza pedía armarle un paquete como si fueran libros. En realidad, se trataba de billetes. Iba personalmente a hoteles pomadosos defeños. Se presentaba en el mostrador del jefe de capitanes. Ya lo conocían. Con el envoltorio dejaba una buena propina. “Fulano de tal lo vendrá a recoger” y pedía “…a’i se lo das por favor y me echas un ‘fonazo’ en cuanto se vaya”. Siempre el destinatario era un hombre cercano al director del periódico. Este señor ni se las olía. Normalmente ya estaba en el lobby cuando era depositado el paquete. “Así de fácil”, comentó mi confidente. Y explicó con desenfado: Si acaso hubiera videograbaciones en el hotel nada extraño aparecía. Ni la puntita de un billete. Simplemente una persona que deposita cortésmente el bultito. Otra lo retira y se acabó. Aunque eso sí, ya en tono de reproche me dijo “…pero nunca como esas tarugadas de los perredistas”.

Cuando terminamos la plática me quedé pensando. Esos periodistas que reciben dinero están en problemas. Más todavía aquellos acostumbrados a presentarse en cierta oficina por su “chayote”. Llamados así entre los periodistas el soborno, “mochada” o mesada. Sé que los han recibido y no me espanto. Es muchas veces parte del trato reportero-político-particular. Pero total. Cada quien su vida y su quehacer.

Pero no me imagino en video a un deshonesto periodista recibiendo los billetes al estilo René Bejarano. Así como la exhibición de la cinta zarandeó mucho, seguramente se lastimaría más al gremio. Me queda un temor. Que alguien sin haberse dado cuenta a lo mejor y como los perredistas ya estén grabados. Sería fatal.

 

Escrito tomado de la colección “Dobleplana”de Jesús Blancornelas, publicado el 29 de diciembre de 2006.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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