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sábado, febrero 17, 2024
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Templo cívico México. Su pasado, presente y futuro (Décima parte)

El 26 de marzo de 1811, ya prisionero, Hidalgo junto con Allende, Aldama, Abasolo y Jiménez, fueron llevados a Chihuahua, y allí la “Santa Inquisición” intervino en contra de él a través del licenciado Rafael Bracho en su carácter de auditor, quien formuló el dictamen el 3 de julio de 1811 sentenciando que “Hidalgo es reo de alta traición y mandante de alevosos homicidios, debiendo morir por ello, previa la degradación eclesiástica”.

El 30 de julio de 1811, Miguel Hidalgo y Costilla, con un crucifijo en sus manos, dirigiose al pelotón de fusilamiento encabezado por Pedro Armendáriz: “Aquí hijitos, llevándose la mano con el crucifijo a la altura del corazón, os servirá de blanco”.


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La primera fila pegó los balazos en el vientre, haciendo ladear a Hidalgo; una segunda fila disparó al mismo lugar. Nadie se animaba a pegarle en el pecho o a la cabeza, hasta que Armendáriz dispuso que dos soldados le dispararan al pecho.

Así murió Hidalgo, un 30 de julio de 1811 a las 7 de la mañana. Su cabeza, junto con la de Allende, Aldama y Jiménez, se exhibieron en la Alhóndiga de Granaditas de Guanajuato, con la intención de sembrar el terror y mandar, con él, un mensaje.

El gobierno virreinal estaba convencido de que, con la muerte de los caudillos, fusilados en Chihuahua, acabaría el movimiento insurgente, pero no fue así, sino por el contrario enardeció más al pueblo. Ignacio López Rayón, lugarteniente de Hidalgo, retomó la lucha en Saltillo, José María Morelos en el sur, y otros muchos surgieron por todas partes del virreinato, como seguidores de las ideas de Hidalgo.


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Morelos prosiguió la lucha por la independencia del país al lado de otros muchos patriotas criollos. Demostró ser como militar un gran estratega, como político un gran estadista, y como ciudadano un gran patriota; hasta el grado de abandonar su amplia posición económica y privilegios de que disfrutaba, y además ofrendar su vida por salvar al pueblo de la opresión y explotación de los gachupines, del mal gobierno y del clero político.

Morelos al inicio de la lucha de lo único que disponía como recurso y aliciente era un escrito que le había mandado Hidalgo, en los siguientes términos: “Por el presente encomiendo en toda forma a mi lugarteniente el Sr. D. José María Morelos, para que en la costa del sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado. De Carácuaro el 25 de octubre Morelos salió a campaña con 26 campesinos de sus feligreses. Tres semanas después, el 12 de noviembre, atacaba Acapulco con 6,000 hombres armados de machetes, arcos, flechas y unos pocos fusiles.

Por los pueblos que pasaba, la mayoría se le unía. Los únicos que presentaron débil resistencia fue Zacatula y Tecpan, y al final los milicianos del ejército realista se le unían con todo y armas. Pueblos enteros le seguían en la lucha por la independencia, pero Morelos lo impedía diciéndoles que era más poderosa su ayuda laborando la tierra para darles de comer el pan a los que luchaban, pues él prefería “escoger la fuerza de un ejército con las que debe atacar al enemigo, en lugar de llevar un mundo de gente sin armas ni disciplina”.

En el ejército que formó Morelos abundaban los que estaban marcados con un “fierro caliente”. La marca era una prueba escrita de que habían sido vendidos por los gachupines como esclavo.

 

Continuará…

Guillermo Zavala Guerrero

Tijuana, B.C.

 

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Francisco Navarro Fausto Francisco Navarro Fausto francisco 9 francisco@zeta.com
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